El amor al prójimo es muy bonito y si tienes oro, encima desgrava. El amor al prójimo. Hay frases que las van inutilizando a fuerza de erosionarlas, de nombrarlas dándonos contra un canto en los dientes.
Ahora, en Barcelona ponen multas por dormir en la calle. En Madrid también. A casa llegó una hace unos años, por novio interpuesto de la que me vino del sur, una multa grande porque el chaval se puso a mear en la calle, entre dos coches. El muchacho iba flojo, qué quieres que te diga, era cuando el quince eme y no había baños para todos los de la acampada. El policía le dio con la porra en el cacharro del mear. Se liaron a palos, se liaron a falos. Si el policía hubiera comulgado con la ley universal del tanto haces tanto recibes (lo dudo, lo dudo, que canta aquella) que es lo mismo que ayer me llegó al e-mail, no por sentido común ni a través de la santa iglesia católica, que no me escribe nunca, si no por un grupo de mujeres desconocidas que me proponen la respiración ovárica (¿Por donde creéis que respiro, diletantes espirituales del copón ocioso? En tiempos de guerra no me vengáis con nueces para el silencio, más os valdría poner el ovario ante la puerta del desahuciado. Son largas las ramas del cristianismo rancio. Cruzadas de egos.) a una buena pasta la hora, si lo hubiera comprendido el pasma, en lugar de dar porrazos al que se desdice de lo bebido, le habría dado con la porra al que se desdice de todo cuanto dijo y abriría cabezas que están a la cabeza del león. No hago proselitismo de la violencia pero a lo mejor un poco sí y siguiendo el camino que nos labran.
Los ayuntamientos de las dos ciudades españolas más importantes no dejan que la gente duerma en la calle ni busque en los deshechos (los deshechos y yo, hablamos) y como saben, y saben bien, por devenir propio, que quien busca entre la mierda, quien se engarza en ella, tiene posibles, multan a los que hacen en un sentido literal lo que ellos hacen en un sentido también literal entre cosas que no se ven, como las mantas al raso, pero se sienten mucho más, helado frío.
Yo también he conocido ricos de vida enferma que no soportan la precariedad ajena y mandan dinero al Domund. Amor al prójimo.
Incluso a mi lugar de retiro llegan todas estas zarandajas del no saber vivir sin dejar de mirar lo que hacen los demás. Vivir para juzgar la intimidad ajena y meter la cabeza bajo el ala al bajarse los pantalones cuando viene el falo del poder a darles por el ojete. Je t´aime. Moi, non plus.
Vengo embalada y con aquella ingenuidad que no acaba nunca y se hace rabia, cada vez que advierto, de nuevo y casi cada día, la alineación del bien pensamiento podrido, pero ay, no quiero caer en la simplificación, a menos que sea preciso, que a veces lo es. La simplificación es la brutalidad de una idea, pero la simplificación es rígida como un falo en el momento del clímax, como un cadáver inerte, como el frio acero toledano. La sencillez, en cambio, que es donde acostumbro a atisbar la verdad, tiene mil interpretaciones, una por individuo (y hasta dos y la consabida duda) de modo que cuando no queda más remedio que caer en lo simple es que llueven chuzos de punta por todos lados y en un paisaje rígido no nos vemos las caras, amigos. Es la guerra. Y el polvo que se levanta en el campo de batalla nos impide mirarnos a los ojos.
Cuántas veces, gente del hacer muy distinto, nos parece propia al afirmar tal o cual, cuantísimas veces. Yo opto por estar al loro. El mosqueo, que más que mosqueo es un estado permanente de alerta y caray y jolín anda ya, me viene dado también por el reguero de tuits y las frases que cuelgan sobre el “¿qué estás pensando?” del Facebook, que arrasan con fuerza, tantas veces contaminándose entre sí, al filo de un suceso. El mosqueo rabioso me viene dado por esta manía, esta persecución constante de sentirme yo, que no distinta, a pesar de estar encantada de saberme pueblo. Y la de querer verte a ti entre todos.
Vengo un poco cura progre, un poco aleccionadora y no por amor al prójimo.
Por amor al prójimo, sí, y por no caer en la simplificación ni en el recuento de batallitas, callo, dejo reposar el flash recibido por la muerte de Lou Reed (¿no había muerto ya?, me preguntó la que vino del sur y se fue al norte, mandando a la mierda un bello minuto de conversación telefónica), el fanfarrón, que no parecía muy avezado en amar al prójimo, o no era precisamente esto lo que reflejó en su obra, si es que hay mayor amor al prójimo que dar lo que se tiene o solo es una necesidad para no reventar de uno mismo, que es el fin de los egoístas y de los que duermen en la calle según el buen pensamiento imperante (se lo habrá buscado) dominante, agobiante, el que multa, castiga y no perdona, el que no tolera la precariedad ajena, el que hay que combatir, el gran y único enemigo de afuera y de adentro. Y dos avemarías.