Fue Sarah-Jane quien encontró al reverendo Jerry Dayton con las venas cortadas entre los bancos de la parroquia de Meridiani Planum. Llevaba tres años sin parar el viento de Marte y todos nos estábamos volviendo locos. El cielo se hacía cada vez más negro y empezaba a verse el viento. Era de color azul. Azul muy claro. Entonces Sarah-Jane me llamó a mí antes que a nadie con la telepatía y fui corriendo a buscarla en la bicicleta que papá nos había mandado desde su vieja Tierra. Fue lo último que recibimos de papá. Luego nos dijeron que él también había muerto en la guerra, allí abajo. Le dimos sepultura al reverendo Dayton con una procesión de niños, todos marcianos de primera generación, todos ya nacidos aquí. Son ellos los que van a heredar esta tierra. El hijo de los Dumont entonó el salmo que dice: “Nada, nada nos corresponde en el reparto universal, tenemos lo que tenemos, y es nuestro mientras vivimos, pero nada nos corresponde en el reparto de lo que pertenece al universo”. Luego todas las niñas de las grises llanuras de Meridiani Planum, vestidas de primera dama, como la mujer de nuestro alcalde, rezaron juntas por el alma del reverendo y su alma se proyectó. Bueno, era un holograma entre el viento azul. Las niñas también heredarán esta tierra que nos hemos encontrado girando sobre sí misma a 868 km/h en la noche del espacio. Pero las niñas también saben que al final nada les corresponderá en el reparto. Sarah-Jane apretó su nariz salpicada de pecas contra el hombro de mi traje de luto y lloró desconsolada por el alma de nuestro pastor. Yo también lloré sin dejar que se me notara. Me acordé de cuando nos ponía a toda la parroquia a los dos lados de la vía y así separaba a los feos de los guapos, y entonces nos decía: “Escupiros, los de un lado a los del otro, pero no vale pisar el raíl. Escupiros porque nada os va corresponder en el reparto universal”. El pastor era nuestra oveja negra. Pero te queríamos, tonto Jerry Dayton, aunque en el fondo nadie pudiera soportar esa manera tan visiblemente hipócrita que tenías de hacerte el abstemio. El viento llevaba tres años removiendo sin parar las arenas de Marte y volviéndonos completamente locos. Los niños hacían dibujos en la arena, escribían sus nombres y antes de acabarlos el viento se los borraba. Ni eso iba a ser suyo. Entonces, ¿cómo les iba a corresponder algo? Luego dejamos al reverendo solo en su nicho, para siempre, y Sarah-Jane se volvió a casa, con su vestido de flores, acompañada del holograma de Jerry Dayton, con su camiseta de rayas, siempre un poco gay, siempre un poco bebido, sonriendo sin que el viento azul pudiera ya borrarle.