Los tres siguientes fueron los días más felices de mi vida. No me alargaré describiendo esos momentos del atardecer en los que disfrutaba de una sanísima dieta vegetariana y del Pet Sounds en esa cabaña que a mí me parecía un palacio. El cuarto día, aún felicísimo, noté el regusto de la rutina, el ramalazo de lo cotidiano, la placidez de lo conocido: la isla me había adoptado. Cuando apareciera el helicóptero de rescate resultaría durísimo abandonar aquel paraíso.
Pero el helicóptero no aparecía y los días pasaban. Al octavo me sorprendí a mí mismo bostezando mientras sacaba de su funda el único disco que tenía. Las pilas de mi tocadiscos parecían no agotarse nunca y, ante la falta de alcohol, decidí chuparlas para sentir alguna sensación fuerte. Ni peces, ni pájaros, ni roedores se dejaban atrapar, así que probé fortuna con los insectos. No hubo manera: de noche me devoraban vivo y no conseguí cazar ninguno que mitigase la alarmante carencia de proteínas. Soñé que me comía a los animales que los Beach Boys cebaban para mí en aquella foto de portada.
La novena noche me di cuenta de que ya estaba un poco harto de Wouldn’t It Be Nice y maldije entre dientes a Brian Wilson por no haber incluido Good Vibrations en el álbum. Además, las raíces me producían unos cólicos espantosos y me asaltó la desagradable sensación de haber sido un imbécil por no meter en el baúl un buen cuchillo y un cargamento de antibióticos.
El décimo día, el Pet Sounds dejó de parecerme un disco inocente. No soy un paranoico, pero los muy cabrones me estaban hablando a mí en Here Today. No sólo había algo raro en esa canción: todas tenían un significado. I Just Wasn’t Made For These Times era una burla sarcástica y hasta el instrumental que da título al álbum estaba plagado de mensajes ocultos que de pronto se me hicieron obvios. ¡Cómo había podido estar tan sordo!
El día once, aunque amaneció nublado, vi la luz. Ya no me cabía la menor duda: los Beach Boys estaban detrás de mi naufragio y habían grabado ese disco casi medio siglo antes no para entrar en alguna estúpida lista, no, sino para ganarse el título de Mayor Grupo Criminal de Todos los Tiempos. Deseé la muerte de Brian Wilson. La entrada de la tercera estrofa en Sloop John B me produjo arcadas. En la cabaña había goteras.
Anoche, día doce, al salir la luna llena tomé la decisión: apagaría el tocadiscos antes de volverme loco. Así pues, levanté la aguja cuando estaba sonando God Only Knows y arrojé el disco lo más lejos que pude. Miré a la luna suspirando: al fin me había librado de ese disco—que-me—llevaría—a—una—isla—desierta. De repente, sonreí extrañado: ¡en mi cabeza seguía resonando God Only Knows! Pensé “¡qué tontería!”“y me abofeteé varias veces para que se me pasara. No funcionó. Aquello era un God Only Knows extraño, aberrante, demencial, maligno. Distinguí voces, cuernos y tambores: un coro diabólico acompañado por un estruendo aterrador se acercaba.
Continuará…