El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Tres apéndices a la teoría de las supercuerdas

Julián Hernández Juegos florales— 06-03-2013

Apéndice 1: Fumata blanca

Radio a transistores ‘on’. Búsqueda en el dial. Tras un par de segundos, se escucha la voz exaltada de un locutor de la RAI intentando hacerse oír sobre una muchedumbre enfervorizada.

LOCUTOR

—… desde la plaza de San Pedro donde acaba de salir al balcón el archidiácono Perenchio tras la aparición hace unos minutos de la fumata blanca! ¡Detrás de él aparece Sabatino Grappa, el que fue Secretarius Intimus del llorado Papa Agapito III! ¡El momento es indescriptible! ¡La plaza está llena a rebosar de fieles procedentes de los siete continentes! [rugido de masas] No, perdón, esos son los mares… ¡De los cinco continentes, eso es! ¡El cardenal Grappa sonríe, algo nada habitual en él! ¡Intenta apaciguar a la multitud! más rugido de masas ¡No puede…! ¡Literalmente no puede hacer callar a la gente! ¡Le acercan el micrófono al archidiácono Perenchio… baja la voz … y ahora sí: susurrando se hace el silencio…

Voz del archidiácono Perenchio, aguda y lejana, con eco pero audible.

PERENCHIO

—Annuntio vobis gaudium magnum. silencio sepulcral HABEMUS PAPAM! rugido de masas atronador que decrece rápidamente Eminentissimum ac reverendissimum Dominum, Dominum Ludovicum estallido indescriptible que satura el sonido; Sanctæ Romanæ Ecclesiæ Cardinalem Dallap… el griterío impide entender el nombre completo; qui sibi nomen imposuit Ludovicum Novenum…

LOCUTOR

se desgañita ¡Ya lo han oído, queridos radioyentes! ¡HABEMUS PAPAM! ¡Roma estalla de alegría! ¡Aparecen botellas de champán! ¡Vemos cómo una monja oriental es desalojada en volandas presa de un ataque de histeria! ¡SE RASGA LOS HÁBITOS Y YA ESTÁ SEMIDESNUDA! ¡La masa aplaude, ríe, canta, baila! clamor ensordecedor caótico, indescriptible, casi blasfemo ¡Vemos también cómo una madre pega puñetazos a sus tres hijos para que abandonen su indiferencia y participen de la fiesta aunque sea llorando! ¡Familia que reza unida, permanece unida! aplausos, vítores, náuseas, estertores ¡No hay palabras, señoras y señores! ¡ES EL DELIRIO DE LA FE! ¡EL ESPÍRITU SANTO HA HABLADO AQUÍ Y AHORA! ¡EL NUEVO VICARIO DE CRISTO EN LA TIERRA ES…! Bueno… es… bueno… er… estooo… ¡Bueno, no importa! ¡Es un absoluto desconocido para todos los analistas y periodistas acreditados! ¡Hay un movimiento febril en esta zona de prensa buscando entre las documentaciones de los cardenales que no figuraban en ninguna de las quinielas de papables! en voz baja apartando el micro Oye, ¿cómo ha dicho que se llama? vuelve a gritar ¡Es el cardenal Luigi Dallabambola…! (esta vez tapa el micro con la mano) ¡No! ¡Esperen! ¡Nos dice un compañero de la BBC que es Dallapiccola! ¡El cardenal Luigi Dallapiccola, que ha escogido para su pontificado el nombre de Luigi IX! los cánticos arrecian entre gritos de éxtasis, cohetes y ladridos de perros ¡Y SÍ! ¡ES ÉL! ¡Ya sale al balcón de la plaza de San Pedro saludando, antes que a nadie, al cardenal Sabatino Grappa en un gesto que parece confirmar su continuidad como Secretarius Intimus! ¡Es la magia del directo y del Espíritu Santo! pierde el control ¡SILENCIO, MALAS BESTIAS, EL PAPA VA A HABLAR! ¡ESCUCHAD A LUIGI NONO, DESGRACIADOS…!

Se hace el silencio poco a poco pero se puede escuchar el ambiente de fondo. Máxima tensión: va a hablar el nuevo Papa. Su voz suena como la de Perenchio: también aguda y lejana, con eco pero audible; si acaso un poco más temblorosa.

LUIGI NONO

—Hermanos y hermanas… el silencio ahora es sepulcral: ¡no hay caminos, hay que caminar…! y en ese momento estalla un estruendo apocalíptico mientras se oye claramente un caos histérico en varios idiomas alrededor del micrófono: al parecer, el locutor de la RAI se está ahogando y el resto de los periodistas intentan ayudarle; al fondo se escucha al nuevo Papa Como una ola de fuerza y luz, el Espíritu Santo acude una vez más en auxilio de su Iglesia en este doloroso trance… el locutor de la RAI se traga el micrófono y muere asfixiado.

Se corta la retransmisión y devuelven la conexión a los estudios centrales.

LOCUTORA DE LOS ESTUDIOS CENTRALES

Fríamente, sin ningún énfasis Queridos radioyentes, problemas técnicos nos obligan a interrumpir momentáneamente la retransmisión desde la Plaza de San Pedro. El nuevo Papa, el cardenal Luigi Dellapustula, está dirigiéndose ahora mismo a toda la cristiandad. En breves momentos reanudaremos la conexión y…

Radio a transistores ‘off’.

***

Apéndice 2: La navaja y el espejo

Guarnerius se levantó de la cama después de apagar la radio que le había robado a Renzo unos días antes y que tenía sobre la mesilla de noche. Entró en el cuarto de baño. Buscó la navaja barbera, la brocha y el jabón. Cuando ya tenía todo preparado, se enjabonó la cara, abrió la navaja y el espejo de tres hojas. Sus tres reflejos decidieron preguntarle cosas.

—¿Qué? ¿Cómo lo ves? —preguntó la imagen central que le miraba de frente.

—Mmmh… No sé —contestó Guarnerius levantando la barbilla y empezando a afeitarse el cuello—. La fumata blanca más rápida de la historia. Les ha dado poco tiempo a disfrutar de las comidas y bebidas de trabajo. Suelen alargar los cónclaves aunque lo tengan clarísimo. Se trata de pasarlo bien y mantener la atención informativa sin llegar a aburrir. Too much too soon esta vez, me temo…

—¿Te has fijado en la voz del nuevo Papa? —la imagen izquierda metía el dedo en la llaga.

—Sí: o le han rebanado los huevos a la altura de la nuez o le han rebanado la nuez a la altura de los huevos.

—¿Crees que volverás a verle? —dijo la imagen derecha.

La imagen izquierda protestó:

—¡Eh, tú! No le atosigues, que bastante tiene…

—No, si no pasa nada —la navaja seguía haciendo su trabajo—. Algo me dice que sí, pero nunca se sabe. ¿A qué viene tanto interés?

Guarnerius empezaba a cansarse.

—Algo me dice a mí que el interés es tuyo —la imagen central levantaba la ceja derecha.

—¿Ves como le estáis agobiando? —riñó la imagen izquierda— ¡Dejad que se afeite en paz, coño!

—No es por interrumpir esta agradable conversación, pero desde mi punto de vista ya está bien afeitado —intentó zanjar la imagen derecha.

—Pues desde el mío no… —opinó la imagen central.

Guarnerius suspiró mientras se apuraba las patillas.

—¿Lo puedo decidir yo, por favor? Al fin y al cabo se trata de mi cara y con ella hago lo que me da la gana. Puedo, ¿no? Lo que pasa es que no me cuadra que Luigi sea Papa. Hasta donde yo sé, ni se le había pasado por la cabeza. La última posibilidad es que él se cargase a Martini. Pero, en tal caso, ¿para qué demonios? Y lo de la voz tampoco encaja. Creo que si te cortan los huevos de adulto te quedas sin ellos pero no te cambia la voz… Bueno, prefiero no probar…

Las tres imágenes hablaron casi a la vez:

—¡Eh, que por este lado ya estás bien afeitado!

—¡Y por este también, que lo llevo diciendo un buen rato!

—Por este no sé yo… Bueno, puede.

Guarnerius estaba hasta las narices.

—Tenéis razón. Además, el café ya debe estar listo a juzgar por cómo huele…

Pero el triple espejo no daba su brazo a torcer tan fácilmente.

—Sí, vale, estás muy guapo, pero ¿por qué no has querido escuchar el discurso de tu amigo? ¿Eh?

—Eso, ¿eh?

—Y yo aún diría más: ¿eh? ¿eh?

Guarnerius dobló la navaja barbera, se limpió los restos de espuma con una toalla y cerró el espejo de tres hojas de dos manotazos:

—¡Se acabó lo que se daba!

Salió del cuarto de baño, se vistió y se metió en un bolsillo la radio portátil, un préstamo involuntario de Renzo que pensaba devolver inmediatamente. Esa mañana, por cierto, ya llegaba tarde a la comisaría de Via Papaveri.

***

Apéndice 3: El matrimonio más famoso

—¡Cariñooo! ¿Estás lista? ¡La cena es a las ocho y media y ya son las ocho! ¡Cariñooooo…!

Sin respuesta.

—¿Cariño?

La mujer estaba como hipnotizada, sentada en el sofá delante del televisor. El hombre entró a zancadas en el salón ajustándose la pajarita. Cuando vio a la mujer se paró en seco. Estirándose un poco la chaqueta del esmoquin, se acercó lentamente a ella con un cierto gesto de conmiseración. Se inclinó hacia ella.

—Pero, cariño, ¿aún estás aquí? Tenemos una cita, ¿recuerdas? Con los Maderna, ¡nuestros mejores amigos! ¿No deberíamos ponernos en marcha? Recuerda lo que te dijo el médico: tienes que salir y distraerte, divertirte, pasarlo bien. ¡No puedes pasarte el día viendo los álbumes de fotos y la televisión!

La mujer no apartó los ojos de la pantalla. Fruncía un poco los labios y tenía los ojos muy abiertos, unos ojos negros enormes. Miró él también hacia la televisión.

—¿Qué estás viendo? Ah, las noticias de las ocho. Llevan todo el día con la proclamación del nuevo Papa, ¿no? ¡Pobre Agapito III! Mira que morirse en verano… Es que el clima de Roma es inhumano, bien lo sé yo. ¡Como en Verona no se está en ningún sitio!

Levantó la mano izquierda de la mujer con delicadeza y se la acercó a los labios. Sólo entonces ella empezó a hablar.

—¿Pero tú te has fijado bien en el nuevo Papa? Tiene algo que no sé muy bien qué es, algo fascinante —el hombre no soltó la mano y escuchaba con una sonrisa triste—, algo que me gustaría descubrir. El anterior Papa era un hombre malo. Lo sé. Me miraba a mí. En todas sus fotos, cuando miraba a la cámara, cuando salía al balcón… ¡me miraba a mí! Ya te lo dije, ¿verdad?

Miró a su marido. El hombre asintió sin dejar de sonreír.

—Me miraba a mí, sí —dijo volviendo a clavar la mirada en las imágenes de la enésima repetición de la noticia—. Era como si quisiera hacerme algo feo. No sé… En realidad, era como si me hubiera violado alguna vez… —el hombre se mordió el labio inferior— … como si me hubiera hecho suya. ¡Pero yo nunca estuve con él, bien lo sabes! Era mala gente, Teddy, era mala gente… Pero este, ¡este es distinto! Este me quiere de verdad. Y yo confío en él. ¿No crees que deberíamos ir a verle? Ya veo los titulares en L’Osservatore Romano: “Luigi IX recibe a Gigliola Cinquetti y Teddy Reno —desplazó la palma de su mano derecha por el aire—. El matrimonio más famoso de la canción italiana regaló a Su Santidad un álbum con fotos de sus momentos más gloriosos”. Estaría bien, ¿verdad? —se incorporó en el sofá agarrándole las dos manos y mirándole a los ojos—. ¡Prométeme que iremos, Teddy! ¡Prométeme que iremos a Roma!

Teddy se derretía cada vez que ella hacía ese gesto, entre otras cosas porque su escote seguía siendo fascinante.

—¡Claro, amor, claro que sí! Iremos a ver al Papa, te lo prometo. Pero ahora tenemos que irnos. No hace falta que te arregles mucho. Tú siempre estás arrebatadora —tiró suavemente de sus brazos hacia arriba y ella se levantó con coquetería—. Un poco de carmín en los labios y serás la reina de la fiesta…

Teddy sabía que el truco infalible era cantarle al oído a Gigliola. Y lo hizo obligándola a dar unos pasos de baile por el salón mientras ella le miraba embelesada:

¡Bella, bella, bellíssima! ¡L’amore é una cosa meravigliosa!

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