Para Diego García Rodríguez, director de orquesta y sin embargo amigo.
Dimitri nació por primera vez un 25 de septiembre de 1906 en Leningrado. O en Petrogrado, o en San Petersburgo… Bueno, en un sitio de esos. A muy temprana edad, Dimitri se dio cuenta de que, con un apellido como Shostakovich, sólo tenía futuro como músico y se puso a escribir corcheas y a tocar el piano como un poseso. Esto último —lo de tocar el piano— no se le dio muy bien, así que Dimitri añadió a las corcheas un montón de fusas, semifusas y garrapateas. Tan bien le fue eso de garrapatear, que su primera sinfonía, compuesta a los diecinueve años, fue todo un éxito y un orgullo para la recién estrenada Unión Soviética. “¡Esta es la mía!”, se dijo Dimitri. Y como era la suya, siguió dale que te pego hasta que estrenó en 1934 una ópera, Lady Macbeth, que se mantuvo en cartel dos años.
Todo iba de maravilla hasta que, un buen día, el camarada Stalin decidió asistir a una representación. Y un mal día, que fue al día siguiente, apareció en Pravda —el periódico de por allí— un artículo que hay quien atribuye al propio Stalin. Se titulaba “Caos en vez de música” y en él se acusaba al pobre Dimitri de formalista, pequeñoburgués, soplapollas y soplagaitas. A pesar de sus dioptrías, Dimitri supo leer entre líneas: aquello sólo significaba que Shosta (como le llamaban los amigos) se iba al gulag de cabeza. Sus sospechas se confirmaron con la llegada de una carta en la que se le invitaba amablemente a presentarse ante el comisario Grushenko cagando leches. Dimitri desechó el suicidio y procedió a hacer la maleta, en la que metió ropa de abrigo, que en Siberia hace un frío de cojones. Con el equipaje en la mano, Dimitri se presentó en las dependencias de la policía política y preguntó por Grushenko. Cuál no sería su sorpresa cuando el oficial de guardia le dijo que el comisario había sido detenido y enviado al gulag, y que se volviera a casa que allí no pintaba nada. Ese día Dimitri nació por segunda vez.
El agradecimiento de Dimitri a la diosa Fortuna fue enorme y decidió poner por título a su quinta sinfonía “Respuesta de un artista soviético a las críticas justas”. Dimitri se ganó así al Soviet Supremo y, de paso, los insultos de los compositores occidentales, que le llamaron “nenaza” sin contemplaciones. Pero ahí se las dieron todas, porque Dimitri metía en sus obras citas de Bizet o Beethoven y el Kremlin ni se enteraba. ¿Ni se enteraba? Bueno, alguien sí. En 1948, Dimitri —creyéndose a salvo— estrenaba su novena sinfonía. El superintendente Tachenko, un muy alto funcionario del régimen, sospechaba —con razón— lo peor. Y decidió asistir al estreno. Dimitri, que supo de las intenciones de Tachenko, se dio por fusilado: la partitura contenía burlas obvias intolerables. ¿Qué pasó? Pues que el superintendente Tachenko murió de un infarto durante el concierto. Dimitri había nacido por tercera vez.