Privarte de sueño puede provocar que pierdas momentáneamente el don del habla. Es probable que pasadas setenta y dos horas comiences a emitir sonidos incomprensibles. Al notarlo te desesperará la distancia entre lo que piensas y dices (cosa que, llegados a este punto, ya deberías haber constatado). Las sentencias serán perfectas en tu cabeza pero no habrá nada más ridículo para el destinatario: un amasijo de inoportunidades sonoras del todo inconexas (gruñidos, aspiraciones) es el resultado de la frase más simple. Aunque ya estés acostumbrado (o resignado) a la imposibilidad de digerir cualquier tipo de alimento, así como a la jaqueca y los constantes calambres, puede que te sobresaltes: perderás la capacidad de nombrar lo que sea aunque lo nombres.
Otra: es imposible desaprender a leer. Da igual cuántas veces lo intentes, cuánto esfuerzo pongas en ello y cuán arraigadas estén tus convicciones para hacerlo. Es más, no hace falta que lo intentes: basta con que pruebes a relacionarte con alfabetos nuevos y otros.
Última: durante la calma, aunque estés concentrado y falte un motivo aparente —otro, cualquiera—, puede asaltarte un recuerdo que cope tu atención en forma de sentencia o peripecia. Se instalará como una epifanía aunque carezca de valor relacional o de revelación y teñirá el ambiente con sus detalles, realizaciones y elucubraciones. Sentirás la necesidad de contarlo a todo el mundo y a la factura de ese relato oral dedicarás gran parte de tu tiempo disponible para la especulación.
Desconozco si el odio sostenido en el tiempo sigue siendo odio. Quizás la persistencia invite a pensar en una meditación sobre el odio, aunque la constancia retrataría la realización de sus motivaciones: el tiempo permite conjeturar qué ha tenido lugar, indagar en una puesta en crisis de los elementos que conforman, justifican y alimentan al odio antes de que éste se convierta en mero rencor. Por eso no descarto que funcione como un catálogo de apriorismos y anécdotas ordenado según una jerarquía que varía al ser expuesto. Aunque, según sabemos, lo menos importante de un tránsito es la guía, ya que esta última no refiere ni contiene las sensaciones inherentes a cualquier trayecto. Nota: como sistema, cada verbalización en torno al odio sostenido en el tiempo puede configurar un inventario de hechos abandonados como testimonios rígidos. Intuyo que podrán articularse diferentes temas o motivos al respecto. Por ejemplo: es más determinante la aparición de la forma odiada que cualquier acecho a la misma. En el momento previo a la pregunta está la respuesta: existe un estado de lo sensible que tiende a cerrar un sentido sólo a distancia prudencial.