El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Cuenta dinero invisible

Carlos Acevedo Esto nunca fue mejor— 07-02-2013

Hombres y mujeres muy a gusto, abrigados por el papel que fatiga las estanterías. A unos se les ve dormir una siesta a media mañana, sentados en esos sillones dispuestos para leer y no para dormir. Arriba, en el primer piso, que para mí siempre será el segundo, hay un señor que suele tener un mismo libro entre las manos, abierto siempre en la misma página. No sé si lo lee y relee una y otra vez, pero cada vez que visito la biblioteca ahí está, sea domingo o no, sentado con una pierna sobre la otra y un libro abierto en la página setenta y dos. Lo he visto tantas veces que no puedo evitar saludarlo como si fuera un vecino, aunque más tímidamente: con un ligero y consuetudinario movimiento de cabeza, sin decir nada. A veces creo que me responde, que me saluda, pero su ligero cabeceo en realidad responde al momento exacto en que entrecierra los ojos, siempre escondidos tras unos vidrios fotocrómicos.

También hay jóvenes. Unos estudian apurando el café de un termo, otros parecen estar dando un paseo o buscando cobijo antes de instalarse del todo en la resaca. Ambos grupos parecen mirar con estupefacción a su alrededor y con cierto pavor a los hombres maduros que llevan a sus hijos a jugar o a distraerse. Hay padres que se desentienden un rato y cabecean en una sala de espera más hospitalaria que libresca, la misma que conecta el mesón de información, la cafetería y la sección infantil con la sección de revistas y periódicos, justo donde empieza la fila de quien espera conectarse al mundo o a internet.

Una vez servido, paseo la vista por las estanterías y los lomos buscando alguna sorpresa. Entonces recuerdo cuando di cuenta de que no podría leer todos los libros: la primera vez que me vi sumido entre el desasosiego y la euforia, la única meta que me había impuesto era imposible (aunque me había llevado a leer buena parte de la biblioteca de mi padre). Es un recuerdo que atesoro, aunque perfectamente podría olvidarlo: no he dejado de insistir en ese vértigo absurdo y ambivalente. Por eso este recuento aciago: hoy acompañé, casi como un fantasma, por casualidad y durante cinco estaciones, a alguien que no dejó de revisar con deliberada atención la lista de títulos que contenía su cacharrito de leer.

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