La Navidad no la trae el Corte Inglés por mucha purpurina que les ponga a sus dependientes, la Navidad empieza esta semana con el Gordo, con el río de pasta cayendo en cascada por la radio, el tragaperras de la mañana del 22 de diciembre, el viejo que se viste de Tío Aquiles por el verde de aquellos gloriosos billetes de mil que tanto amó, los niños huérfanos cantando el nombre de Oliver Twist al lado de una hormigonera de bolitas donde se amasa la suerte. Nada más navideño que el gordo, amor mío. España es un país donde al no poderse vivir a lo grande se ha tenido que vivir a lo gordo. ¿Quién se cree lo de Isabel y Fernando cuando los reyes serán siempre el Gordo y el Flaco? Tienes razón, cariño, engordas para que luego te maten. Cada cerdo es un reflejo de nuestro sino. Pero ya lo dijo Horacio (el poeta, no el caballo del ratón Mickey): también hay que comer pescado, carpe diem, una carpa al día por lo menos. Hay que comer de todo para estar lustroso como esos zapatos de Chanel, Dior, Gucci, Vuitton…, que han pisado a generaciones de esclavos.
A los franceses, de igual manera, les va lo gordo, que se lo pregunten a Rabelais; pero lo de ellos es una gordura de mucho vino. Mira a Michelin. Ahí está, brindando con una copa en alto y citando también a Horacio: Nunc est bibendum (ahora, bebamos); entonces beber y conducir eran dos potencias del alma, y los carteles de Michelin le decían a la gente que se bebieran los obstáculos. En la expresión trágica del muñeco de Michelin, en su boca sin labios abierta de un navajazo, se encuentran el gesto y la mirada de otro gordo fantástico: la Cosa. Sí, la Cosa es Michelin sin el disfraz de la momia. Aunque, a lo mejor, Michelin sea el primer superhéroe de la historia, salido directamente del cartelismo, y resulte así que todo lo que importa es francés: las carreras de coches, el cine, las mujeres…
En 1979, en Hanna-Barbera se les ocurrió hacer un crossover con la Cosa y los Picapiedra, y la titularon Fred and Barney meet the Thing. Pedro y Pablo (los apóstoles del dibujo animado) junto al santo de piedra. A través de Pedro Picapiedra se reconoce otro tipo de gordura, que da un aire de patética indefensión. La encarnó muy bien en la película John Goodman, aunque unos Picapiedra donde no se diga ni una sola vez cuchi-cuchi son tan sospechosos como un billete de un dólar sin la pirámide en el dorso. Joder, desde la puta serie de Nueva Orleans, cada vez que nombro a John Goodman se me aparece dejándolo todo en el barco. Pero, qué demonios, ¡si sólo es fantasía!
En España, el culto al gordo, desde el Gordito Relleno hasta el Piraña, ha sido sobre todo una cuestión de hambre más que de gula. Por eso celebramos el Gordo de Navidad, no por avaricia sino por poder vivir a lo gordo.