Ya lo dijo Abraham Lincoln con la mano agarrada a la solapa de su levita: “quien folla no ama, y quien ama no mata”. El amor es un submarino pilotado por un solitario que recorre veinte mil leguas de agua y nada más que agua. El otro día me planté delante de su estatua, en Lincoln Park, en Chicago, que no es una ciudad sino una metralleta a la orilla de un lago gigante con olas enormes. Al lado del monumento, los indigentes duermen en los días de invierno metidos en un paso subterráneo. No hay una estatua en España de Azaña, otro que vio una guerra civil, semejante a la de Lincoln porque tampoco ha habido una solemnidad republicana capaz de acoger a sus indigentes (que somos nosotros). La culpa de todo la tiene Unamuno, que al nombrarlo suena como ese disco de Pink Floyd que se llama Ummagumma. Asumámoslo ya, amor, Unamuno es la Yoko Ono de España. Si Unamuno, que se puso Miguel para parecerse a Cervantes, no se hubiera inventado la intrahistoria, lo de mirarse el ombligo andaría sin coartada filosófica. La intrahistoria es la gastroenteritis de la historia, lo que le pasa por dentro, y esto se le ocurrió a un Unamuno científico, que muerto de envida pretendía convertirse en el Ramón y Cajal del pensamiento y que por eso miraba las cosas con microscopio. (De Miguel de Unamuno lo que tampoco se ha dicho lo suficiente es que fue el inventor de la fila india, y que a punto estuvo de hacerse llamar don Miguel de Unoenuno.) En la parte alta de Lincoln Park se encuentra el zoo de Chicago, donde el capitalismo de los años setenta quiso enrejar a todos los tigres y leónidas de Moscú y de Siberia. (Fue la época en que surgió aquella historia de amor entre Leónidas Brézhnev y Chuck Connors, cuando hacía El hombre del rifle. A Brézhnev le encantaba la serie y en su viaje a Estados Unidos pidió conocerlo. Se lo presentaron, el actor le regaló un revólver de los del rodaje, se gustaron los dos hombres y cuando el premier soviético murió, Connors quiso ir a Moscú al entierro, pero no se lo permitió su gobierno). Abraham Lincoln es un hombre de la guerra, al amparo del ejército de la Unión, y por tanto otro hombre del rifle. Abraham Lincoln también es padre de una nación y por eso se ha hablado tanto del padre Abraham (¿De dónde llegáis a mí? ¿Por qué sois del todo azul?…, dice la canción en una lista de preguntas trascendentales que el padre Abraham va haciéndole a su pueblo). La diferencia entre Lincoln y Azaña es la que hay entre el hombre del rifle y el hombre del libro. De Lincoln han quedado monumentos gigantes, de Azaña un cuaderno con sus diarios en manos de sus enemigos. Del país que alumbró Abraham Lincoln saldría también la canción Nacido para ser salvaje. Ay, corazón, en España nacer para ser salvaje es comerse de una sentada veinte kilos de cacahuetes con cáscara. El contrabando humano espatarrado sobre una chopper se inventó para carreteras más largas. El lema de “cada persona, un voto” se traduce al castellano jesuítico como “cada casa, un desahucio”. Y tampoco es mejor cuando desahucian los médicos. A pocos pasos de la estatua de Lincoln, se encuentra otra levantada a Benjamin Franklin, otro Ben como el Ben Grimm de los Cuatro Fantásticos. Pero esto sí que todo el mundo lo sabe, que los Cuatro Fantásticos, con su hombre de piedra, son la combinación de los cuatro presidentes americanos esculpidos en las rocas de Monte Rushmore y del mago de Oz, con la niña del camino invisible y sus tres amigos monstruos, que también tienen un parque en Chicago, ay corazón no me quieras tanto, cerca de Lincoln Park.