Una de las primeras veces que Ricardo y yo fuimos a pinchar a una boda, el encargado del local nos dijo: “Que el ambiente de fuera no se mezcle con el de dentro”. No sabíamos lo que quería decir, y se lo hicimos repetir varias veces hasta que se dejó de sutilezas: “Que no quiero que os emborrachéis y me rompáis todo, que el otro día acabaron unos subidos encima de los altavoces”. Al final todo salió bien, no como en otra boda donde pinchaba yo solo y a la media hora había vaciado la pista. Estoy algo acostumbrado a tocar en fiestas privadas, pero cuando tengo que tocar en una boda, media hora antes me pongo a sudar. Salvo para los novios y sus amigos, soy un perfecto desconocido. Además, el ochenta por ciento de mis canciones hablan de tonterías que no pegan demasiado con lo que pretende ser un ambiente solemne.
El otro día discutíamos si existen valores estéticos objetivos en la música. Yo argumentaba que las canciones, arreglos o estilos que duran más de una generación, de alguna manera se objetivizan. O para decirlo de otra modo, se “institucionalizan”. A mí me pueden no gustar Los Beatles o los pasodobles (que no es el caso), pero ahí están. Y si hay una institución de peso, esa es, no ya el matrimonio, sino La Boda. Prueba a casarte a tu bola, o por sorpresa, y tendrás a un montón de amigos y familiares cabreados. Y es que al final los que más nos quieren son los que más nos oprimen. Como dijo un buen amigo, “lo peor de dejarlo con tu novia son los amigos”.
Yo en su día escribí una canción, que me da bastante vergüenza tocar, titulada Me casaré cuando me enamore. Una de las formas más eficaces para llamar la atención es decir obviedades. Se supone que la gente siempre se casa enamorada, y yo lo creo, pero de lo que no estoy tan seguro es de que la gente tenga la celebración que desea, o al menos me cuesta creer que haya una pasión universal por las borracheras con corbata y en familia. En un mundo de raves y spas, que una pareja decida celebrar su amor intoxicando a todos sus conocidos, llama la atención a un observador imparcial.
Todo esto viene a cuento porque ayer estaba leyendo un ensayo de Stevenson donde contaba que un amigo suyo no tenía miedo al matrimonio porque decía que pensaba hacerse aplicar cloroformo. Y recordé la cantidad de bodas a las que he ido últimamente y lo mal que lo paso con la responsabilidad de tener que tocar. También a mí me deberían de dar cloroformo. O algo. Algo antes de tocar, claro, luego no. Luego lo paso muy bien.