El otro día me hicieron un pequeño cuestionario para una web de cine y me preguntaron qué opinaba del movimiento Dogma. Contesté que no había visto ninguna película de tal movimiento, pero que por lo poco que conocía de sus premisas, me parecía algo un poco infantil. No las películas, que no dudo que las haya buenas, sino la idea de buscar mayor “realismo”. Supongo que este es un tema harto debatido y ya pasado de moda, no voy por ahí. No quiero hablar del realismo en el cine, sino del realismo en general. Simplemente para recordar que sólo podemos acceder a la realidad a través del lenguaje, y que el lenguaje es una contrucción, por lo que el concepto de “realidad” también lo es. Dicho de otra forma, el estilo “realista” no refleja la realidad, sino la idea que tenemos de la realidad. Es un concepto autorreferencial.
Pongamos, en beneficio del argumento, que el realismo empezó con Madame Bovary. La novela está escrita en un estilo decimonónico que hoy nos resulta artificial. Su realismo consiste en hablar de los deseos sexuales de una mujer, algo que en su momento fue motivo de escándalo. Luego Hemingway puso tacos en los diálogos de sus personajes, acuñando el tópico de la literatura americana “Hard Boiled”. Lo que mucha gente no sabe es que esa actitud fomentada por Hemingway era una reacción frente a la literatura americana del XIX, que tenía fama de “sentimental”, sobre todo comparada con la rusa. Es decir, Hemingway usó el realismo para que no le acusaran de ñoño. Pero sinceramente, leídos hoy sus cuentos, ¿hay algo más sentimental que Hemingway?
Borges y Bioy Casares tienen una serie de cuentos escritos en colaboración en los que se meten con las vanguardias. En uno de ellos un incipiente genio literario gana un concurso de poesía por el siguiente método: en lugar de mandar un poema hablando sobre una rosa, manda directamente una rosa. La cosa degenera en un movimiento artístico que llega a su fin cuando uno de los hiperrealistas, con motivo de un concurso de poesía pastoril, envía una cabra a un periódico. Cabra que, asustada, golpea a diestro y siniestro provocando las iras de la redacción.
Sin ánimo de ofender a nadie, hay ciertos modernismos que son un poco como los de la cabra.