Una discusión irritante sólo se termina agachando la cabeza y aguantando el chaparrón hasta que amaine el temporal o hasta que el discursito no se aguante más. A continuación se larga uno viento en popa a toda vela ignorando qué es babor, qué es estribor; la pelea la empezaste tú o la empecé yo y guardando con un sistema de archivo ultra rápido la conversación en una carpeta que, por supuesto, está dentro de la papelera. Y entonces, sale el sol. Otra opción para zanjar un conflicto es arreglándolo a tiros, más rápido y efectivo pero no siempre se tiene la suerte de tener los brazos largos o una FN Herstal Five-Seven en el momento adecuado. Bueno, no pasa nada porque la discusión continúa y por lo visto también están la retórica, la oratoria, la dialéctica y la ruleta. Ésta última es mi preferida: es el arte de hablar sin elocuencia de forma persuasiva, aleatoria y suicida mostrándose cariñosísimo como un saco de mimos en caso de violencia pugilística; contestar con emoticono de monito las cartas de amor desesperado; responder con un sexting efectivo los te odio y no quiero volver a verte; enviar la foto de un predictor con una raya rosada muy fuerte y la otra muy clarita a tres ex amantes recientes. Estos son cuatro ejemplos de ruleta que se me han ocurrido esta primavera y eso que en Madrid ya nadie se acuerda de Eurovegas y todavía no hace tiempo de sandalias. Creo que todavía puedo mejorar mi falta de estrategia lineal aunque el listón está muy alto, llevo años jugando. A veces me paso diez mil pueblos (haciendo parada para merendar en Logroño si voy dirección norte o en el área de servicio de Guarromán si voy al sur) y me caigo en mi propia ruleta o, peor, me encuentro en el Tempo II con el amor de mi vida, mi media naranja, mi cupcake red velvet, mi alma gemela, ese él tan yo que a su vez me lanza a la cara su propia ruleta porque ya se sabe que el amor es como un balancín con forma de dinosaurio y hay que hacer fuerza por los dos lados hasta que se parta la madera o uno de los dos se canse y se suba a otro columpio. Y bueno, termino ya con las metáforas. Hemingway escribió que había que escribir de forma inflexible y directa sobre lo que te duele y aquí estoy, haciendo siempre lo contrario de lo que se pide. También hay que tener en cuenta que los brazos no están diseñados para poder suicidarse cómodamente con una escopeta pero al amigo Ernesto esto no le supuso (casi) ningún problema.