[Antecedentes] Cuando era pequeña y vivía en provincias todo me iba fetén en el sentido de que podía jugar-hacer el gamberro en la calle y no dependía del transporte público para poder volver a casa. [Antecedentes de vital importancia para entender esta historia]
Cuando ya no era tan pequeña y me fui a vivir a Madrid (mamá, quiero ser artista), empezó mi larga historia de dramas genocidas, personales e indirectos a la hora de tener que pagar por el transporte público. Todo me fue bastante bien de los 18 a los 21 años porque el abono transporte mensual valía unos veinte euros, algo muy asumible y, vamos, que si te colabas en el metro eras un valiente hijo de puta. El abono transportes de Madrid es algo muy dulce y tierno, tenías que ir a un estanco, ancorar un trozo de plástico, rellenarlo a mano con tus datos y enviarlo con una foto de carnet (preferentemente, tuya) a alguien de la burocracia madrileña (ahora mismo no recuerdo su nombre) y te la devolvían en casa, en un par de semanas: tu tarjeta naranja con tu cara sonriente estampada. Y después podías ir comprando mes a mes los tickets. Estamos hablando del 2005, un año muy generosamente hermoso en términos de precios de transporte público y derechos sociales para los gays e inmigrantes.
Todo era dulce, naranja y tierno, viajé por Madrid con mi tarjeta naranja y mi purpurina mental durante un par de años con una sonrisa en la boca. Sin embargo, estaba a punto de llegar la maldición: en el mes de junio del año que cumples 21 años, la EMT te pega la hostia de tu vida en la cara y la tarjeta naranja se vuelve roja y pasa de costar veinte miserables euros a costar cuarenta costosos euros. Drama. Y yo iba a cumplir 21 años en febrero de 2008.
Reconozcamos que Madrid es bastante de derechas, no es una sospecha, es un hecho demostrado. Hasta los socialistas que dicen ser de izquierdas son enfermizamente neocons. Por eso, cuando la rubia natural Esperanza Aguirre presentó su programa electoral para las elecciones a la Comunidad de Madrid de 2007, yo me lo leí bien leído y, bueno, además de prohibir el aborto y la mendicidad en las calles de Madrid, también prometió ampliar la edad de vigencia del abono joven de metro de 21 a 23 años. Esperanza siempre con los jóvenes, para que luego digan. Entonces yo pensé: genial, todo bien, no me importa vivir en el III Reich de Esperanza Aguirre siempre y cuando viajar en transporte público me cueste 20€ al mes y no 40€, y la noche de las elecciones no pude dormir.
Claro, Esperanza Aguirre ganó. Ganó de una forma generosamente insultante, creo que cuatro de cada tres electores la votaron a ella. Creo que los cuatro años siguientes no hubo oposición, todo era el III Reich de Esperanza Aguirre y probablemente destruyeran el Estado del bienestar en Madrid pero a mí me daba igual porque me iba a salir muy barato viajar en metro. Y claro, los meses fueron pasando y Esperanza Aguirre empezó a aplicar todas las medidas de su pogrom-programa electoral que consideró adecuadas. Ese tipo de cosas tan Esperanza Aguirre, fabricar hospitales con dinero público y después privatizarlos, no sé, pagarle la educación a los estudiantes excelentes y que las clases bajas tengan que pagar matrículas millonarias (que se jodan), pero yo estaba contenta porque, como os decía, el transporte público sólo me iba a costar 20€ al mes. Los meses fueron pasando y yo me iba acercando escandalosamente a la fecha marcada con rojo en mi calendario económico, el mes de junio del año que cumpliría 21 años. Y Esperanza Aguirre todavía no había ampliado la edad del abono joven. Entonces hice lo que pensé que podría hacer: llamar a mi madre para pedirle consejo.
—Madre, que Esperanza Aguirre me la ha liado.
—¿Qué te ha hecho, hija? Esa Esperanza Aguirre, si fuera de izquierdas sería la rehostia.
—Pues nada, que en su programa electoral prometió ampliar la edad del abono joven de los 21 a los 23 y voy a cumplir 21 años y me van a sangrar por el abono de metro.
—Madredelseñorhermoso.
—¿Qué puedo hacer?
—Pues hija, cómprate un vestido nuevo, ponte guapa, péinate un poco y acércate a la sede del PP en Génova y pregunta, di que votaste al PP y que te sientes estafada.
—¿En serio?
—Sí, claro. Allí te informarán, seguro que se han olvidado o algo de su promesa electoral.
—Gracias por tu fe, madre. Te quiero mucho.
—Y yo a ti, hija.
Así que me revestí y me repeiné y me bajé en metro hasta Alonso Martínez, cantando la versión pepera del Camino Soria de Gabinete Caligari (“Voy camino Génova, ¿tú hacia dónde vas?”) y vi la bandera española, vi el drama, me puse muy valiente y entré.
—Hola, buenas, quería hablar con Esperanza Aguirre.
—Ella está en el edificio de Puerta del Sol, aquí no es.
[Burocracia PP, vuelva usted mañana]
—Es que quería comentarle un asunto de su programa electoral, que yo soy votante del PP de muchos tiempos y echo en falta LA APLICACIÓN de una de sus promesas, sólo una, la más importante.
—Doña Esperanza Aguirre ha cumplido todas y cada una de sus promesas, excepto las que vaya a cumplir en los próximos meses.
—Vale, y lo del metro hasta los 23 años cuándo me lo van a poner. Que cumplo 21 ahora en unos días y estoy en un sinvivir.
[Silencio administrativo]
Y, claro, así fue, cumplí 21 años y en junio de 2008 todo se me fue a la mierda. Me enfadé mucho por eso de tener que pagar cuarenta eurazos por tener que moverme por esa ciudad de mierda que era Madrid, así que me enfadé tantísimo que me fui de la ciudad, me fui a una ciudad donde el transporte público fuera más barato y me hablaron de una ciudad donde, con un billete sencillo, podías hacer transbordos durante una hora y cuarto. Es decir, por un euro y medio podías pegarte un viaje del copón en metro, bus y coger el tranvía como guinda final. Así que no me lo pensé dos veces y me largué a vivir a Barcelona.
Desde Barcelona, ya leyendo las noticias de la sección de Internacional de La Vanguardia, me enteré de que, a dos meses de las elecciones autonómicas de 2011, Esperanza Aguirre aplicó la medida que prometió, ésa, amplió el abono joven de los 21 a los 23 años, pero yo en 2011 ya tenía 24 años, vivía en otro país, y no me sirvió de nada. Y hoy en día todavía me asusto cuando leo una promesa electoral.