El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Arquitectura-ficción

Santiago Lorenzo Ad Maiorem They Gloriam— 04-09-2010

Un pináculo es, genéricamente, una aguja decorativa de remate. Son famosos los pináculos góticos, esculpidos en piedra, pero nos ocupamos hoy de los renacentistas de madera. Un pincho en punta hacia al cielo que, ya en épocas más recientes, ha guiado a antenas y pararrayos en su estirada vertical.

La gran eclosión pinacularia española es la del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. La obra de Juan de Herrera está plagada de agujas de todo tamaño y grosor, colocadas sobre cada accidente de cada cubierta, erizando los altos del edificio y restaurando el efecto que debía de causar la contemplación de las alabardas de los tercios en el campo de San Quintín, ante las tropas de la Francia levantisca.

Dejando volar la fantasía, cabe hallar relación entre la construcción del monasterio de El Escorial y el hecho de que su gran promotor, Felipe II, naciera en el Palacio de los Pimentel, en la calle Angustias de Valladolid. La cubierta de esta casona esquinera está rematada por un pinaculito de madera de pequeñas dimensiones. Puestos a delirar, podríamos concebir la idea de que, de alguna forma, el menudo ornato hubo de operar sobre la primera percepción sensorial de aquel que décadas después expandiría el pináculo como seña de identidad de sí mismo y, con él, del propio imperio. Como si en la hora de su alumbramiento las arcanas energías de los cielos se hubieran hecho haz en este madero fundacional y hubieran alcanzado al neonato. Quien, con la excusa de la victoria sobre el francés, sembró de agujas su obra máxima.

La estaca de Angustias se multiplica en la sierra de Madrid, primero, y en España entera, después. Su viaje de vuelta lo hace a mediados del siglo pasado, cuando la arquitectura oficial franquista descubre las excelencias representativas del estilo de los Austrias mayores. La casa natal del monarca hace línea con el gran paradigma neoescurialense (la sede del Ejército del Aire de Moncloa, en Madrid), pasando por el propio monasterio de San Lorenzo. Desde su altura imponente, sus pináculos contemplarán al menguadito pincho de los Pimentel, le guiñarán un ojo y le llamarán abuelo.

Comparte este artículo:

Más articulos de Santiago Lorenzo