El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Hoy: Naranjito y el precio del poder

Sr. Ausente El corro de la patata— 24-12-2010

Las dos clenchas pintan escuálidas, realmente miserables, ahí encima del tebeo de Zipi y Zape (de Cera y Ramis, lo otro sería una falta de respeto). Olfateamos con más pena que gloria y el Xavi me dice que lo de la noche pinta bien y que hay que ir a por más. Yo le digo que vale, que bien, pero que tengo rotos mis contactos, y él me dice que no pasa nada, que pillamos el coche y nos vamos a la Zona Franca. Que sabe un sitio.

El Xavi es un señor, ojo, no piensen que me drogo con cualquiera. Trabaja en el Ayuntamiento y flirtea con la prensa cultural, escribiendo reseñas de discos y novelas. Es mayor que yo y lleva un pullover morado con botones, así como de jubilado del Inserso. Nada de chándal, que es el uniforme de los yonquis que vemos caminar por la Ronda del Litoral hacia Can Tunis mientras nosotros nos desviamos, bordeando el cementerio de Montjuïc en nuestro Seat Toledo. En realidad nos suministrará el mismo proveedor, que ha sabido diferenciar clientelas. Abajo, en la inmunda Can Tunis, se distribuye heroína a los zombis atómicos que bajan del 38, el único bus metropolitano con vigilantes de seguridad junto al conductor. Arriba, al noroeste de la ladera de Montjuïc, cocaína, con su sitio para aparcar y toda la pesca. Es la Zona Franca, esa dimensión desconocida para muchos barceloneses.

Xavi para en la esquina mientras observo a dos tipos con pinganillo. Me señala la puerta entre ellos y me dice que vaya yo. ¿Yo? Sí, fliparás. Así que me bajo y voy para allá mientras pienso que antaño fui un adolescente cobarde y apocado. Hay que ver lo que hace el vicio. No sé cuál de los dos tipos del pinganillo está más cuadrado, pero uno medio me asiente y entro en el portal de un edificio cuyo interior sólo puedo describir con una sensación: es como si Tony Montana hubiera comprado un bloque de apartamentos en Benidorm.

Subo por las escaleras al primer piso y en el rellano me espera una puerta como blindada a la que alguien ha tirado un cóctel molotov, o algo. Quizá exagero, pero tiene la negritud del fuego en la pared. Dudo un momento, pero no demasiado. Por las escaleras baja un cliente feliz que me dice que hoy sirven arriba. Así que subo hacia la puerta blindada del piso superior. Circulo por un Wolfestein 3D con escaleras.

Y tan blindada. Les juro que cuando me abren la pequeña ventana mi brazo se introduce como medio metro en su interior para entregarles el dinero. Ni siquiera puedo ver a mi interlocutor, pero sí su mano con el producto de intercambio. Y a la calle, aunque el alivio no se siente hasta que uno se aleja de allí con la drogaína en los bolsillos. He comprado estupefacientes en el feudo de los Kieslowski, he pillado farla en el barrio del Naranjito, en la neuralgia de cemento calabaza que le da nombre. Y ahora fiesta.

En los foros de internet, cuando uno curiosea topics del tipo Barrios Conflictivos y se empiezan a listar los de la Ciudad Condal, más tarde que pronto aparece el Naranjito, e, inmediatamente, alguien plantea la pregunta natural: ¿Pero cómo, en Barna tenéis un barrio que se llama Naranjito?

Hombre, barrio, lo que se dice barrio, no es. Dejémoslo en zona, la colindante a una manzana toda ella ocupada por un bloque del desarrollismo que se pintó de naranja chillón, permitiendo el inmediato bautizo ingenioso y popular. En realidad, la Zona Franca es toda así, poblada de minifundismos que se han ganado la consideración de barrios: Can Tunis, Can Clos, El Polvorín, Las Casas Baratas de Eduardo Aunós o las Estrellas Altas.

La Zona Franca de Barcelona. Menudo tema. La Gran Vía y la industria portuaria han ido arrinconando a sus habitantes mientras su frontera natural, Montjuïc, la mantenía oculta de la metrópoli, haciéndola lugar idóneo para ocultar miserias. La tardía revolución industrial pobló la montaña de barracas, en oleadas de inmigración atraídas primero por la cantera colindante y luego por la exposición universal de 1929, que modernizó el Montjuïc visible mientras levantaba un muro para esconder la penosa existencia de su mano de obra. Por ahí andaba Eduard Aunós (1894-1969), propietario de parte de los terrenos, además de ministro de fomento, industria o justicia con Cambó, Primo de Rivera y Francisco Franco. Ahí es nada. Los bloques del desarrollismo que sustituyeron las casas baratas de la Zona Franca llevan su nombre, estableciendo un sólido vínculo con sus actuales propietarios: el clan Kieslowski.

Es a partir de aquí donde este Butano me puede costar la vida. Ya no sé ni por dónde continuar, de los nervios. Los Kieslowski son uno de los clanes de tráfico de drogas y armas más importantes de Europa, y calles enteras de la Zona Franca les pertenecen, incluido todo tipo de negocios de hostelería y alimentación. Los cuarteles generales del clan están blindados con cemento armado; fortalezas de hormigón “que no se pueden derribar ni con un tanque“, le leo a un miembro de nuestras fuerzas de seguridad.

Trazar la compleja historia y genealogía del clan resulta una tarea complicada, aunque la inmersión en hemerotecas es una experiencia fascinante. A principios de la década de los 40 del siglo pasado varias familias gitanas empiezan a instalarse en Barcelona huyendo de la guerra europea. Los Kieslowski, ligados a los bajos fondos del sur de Francia, lo hacen un poco más tarde en la zona de Montjuïc conocida como La Tierra Negra, frente al puerto, lugar que en la posguerra daba cobijo a la prostitución más clandestina y brutal. En los 60 el desarrollismo del alcalde Porcioles los traslada a las Casas Baratas.

En los 70 y 80 sus numerosos miembros y ramificaciones recorren las páginas de sucesos de los diarios de Barcelona. Es la Edad de Oro de Quinquilandia, una época en la que se dedican a todo tipo de robos y atracos, sin rehuir la violencia. Además de leyendas no constatadas como el asedio a una cuartel de la Guardia Civil (como en el clásico de Carpenter), la lista es larga. Recorramos algunos titulares. En marzo de 1972 se lían a tiros en los juzgados de primera instancia. En septiembre del mismo año, y tras una persecución policial, se les detiene con joyas, dinero y armas. En mayo de 1975 la Guardia Civil acribilla a uno de sus miembros más buscados, “El Cojo“, cuando se da a la fuga con violencia; pocos días más tarde se detiene a otros dos por robo de coches, aunque son varios los que logran escapar. En octubre de 1979 muere tiroteado por la Guardia Urbana “El Tete“, de sólo catorce años, cuando se da a la fuga con un coche robado desde el que realiza disparos con un arma de fogueo; el asunto provoca importantes sanciones en el cuerpo municipal por el uso de armas de fuego. En octubre de 1984 una de las mujeres del clan intenta atropellar a los agentes de la Guardia Civil que la van a detener. Dos años más tarde, en septiembre de 1986, vuelve a ser detenida junto a cinco miembros más por el asesinato con violencia de un ciudadano francés que les sorprende robando en su casa de la Costa Brava.

Esta es una época en la que su presencia es habitual en los tribunales y hay constancia de que, en un solo día, hasta cinco componentes de la familia fueron juzgados en la misma sala por diferentes delitos contra la propiedad. En noviembre de 1988 uno de ellos, en busca y captura, es detenido en una clínica donde se encuentra ingresado por una crisis hepática, y de nuevo una de las mujeres intenta atropellar a los agentes que llevan a cabo la detención. En septiembre de 1990, en una acción policial coordinada, se detiene a seis de ellos. Se les imputan más de cincuenta atracos cometidos en Cataluña desde inicios de año, con un botín que supera los treinta millones de pesetas. Justo un año más tarde, La Vanguardia certifica a toda página el fin de la banda con la detención de otros cuatro miembros más cuando regresan de un verano de hurtos en la costa mediterránea.

No será la última vez que se les dé por derrotados, pero sí es cierto que a partir de ese momento desaparecen de las páginas de sucesos. Abandonan los hurtos con violencia para especializarse en el narcotráfico, controlando una amplia zona del área metropolitana, sin olvidar la venta clandestina de armas (su nombre aparece en la investigación del caso GAL cuando una de las pistolas utilizadas por la banda antiterrorista se localiza en uno de sus alijos incautados). Son los tiempos de su gran enriquecimiento y de la forja de un complejo entramado de sociedades y negocios destinados al blanqueo de dinero. También es la época en que sus coches de lujo se hacen populares en la Zona Franca.

Esporádicamente regresan a los titulares de los periódicos. En enero de 1997 uno de ellos, preso en Can Brians, aprovecha un permiso para la práctica del footing en el exterior para huir (”como es lógico“ subraya el ABC); dos meses más tarde vuelve a ser capturado al protagonizar un accidente de circulación. En mayo de 2001 otro componente muere en un atraco frustrado a restaurante de Esplugues de Llobregat cuando forcejea con el propietario; es un suceso extraño, pues en principio han abandonado este tipo de delitos, así que se especula con una disensión interna hija del consumo de aquello con lo que se trafica.

En verano del año 2004 da inicio una imposible relación de vecindad. La policía autonómica inaugura comisaría en la zona, curiosamente situada cerca de uno de sus fortines. No parece importunarles demasiado hasta que en el 2008 se les asesta un par de golpes que hacen temblar el imperio. Primero con un asalto policial a uno de sus bastiones y luego donde más duele, a su trama financiera. Los principales patriarcas ingresan en prisión con cargos semejantes a los que finiquitaron la carrera de Al Capone.

Curiosamente, mientras estoy a punto de acabar este texto, se acaba de hacer pública la detención de su actual cabecilla por el asesinato en Valencia, hace un par de años, de un traficante colombiano cuyo cadáver fue decapitado y descuartizado para dificultar las pesquisas, aunque no lo suficiente. Un dispositivo de 150 agentes de la policía y de las unidades de operaciones especiales tomó las calles de la Zona Franca para darle caza y captura.

Con la drogaína en los bolsillos, Xavi arranca y vemos por el retrovisor cómo se aleja el Naranjito. Camino de la Ronda del Litoral, de regreso a la otra Barcelona, nos detenemos ante el paso de un coche de difuntos al que sigue una imponente fila de automóviles de lujo. Se dirigen al cementerio de Montjuïc, probablemente al mausoleo de estatuas hiperrealistas que tanto aprecian los entendidos en arte funerario. Los Ferrari, Porsche y Mercedes impresionan, no lo negaré, pero aún más la solemnidad del silencioso desfile. Xavi y yo salimos de nuestro vehículo e inclinamos la cabeza como muestra de respeto ante el dolor de una familia ligada, de manera indisoluble, a la historia reciente de la Ciudad Condal.

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