Aurora Bautista se desnuda, se sube a la mesa y se pone a cuatro patas. Alfredo Mayo, siempre presto, pega un brinco, se planta ahí encima, se baja la bragueta y venga, a darle al fornicio. La anécdota la explica mi abuelo durante la comida familiar y todos nos quedamos un poco patidifusos. El cine español del régimen también tuvo su Hollywood Babilonia, en este caso una fiesta privada tras el estreno de la última producción de Cifesa, o quizá de Chamartín. Y si lo explica mi abuelo debe de ser verdad, porque el mundo del cine es su negocio y su vida.
Mi abuelo nos lleva a restaurante cada domingo. Un domingo a Las Siete Puertas y el otro a Los Caracoles, alternando entre ambos. En Las Siete Puertas me regalaban un pequeño cuento ilustrado y en Los Caracoles un panecillo moldeado con la forma del molusco de tierra. Mi abuelo dice que desde que murió su amigo Bofarull Los Caracoles ya no es lo que era; aun así lo siguen recibiendo con reverencias y respeto. Un poco para escribir este butano y recordar viejos tiempos, me fui a cenar allí con mi mujer. Nos ventilan cien euros y está lleno de turistas. De hecho, todo son turistas, incluso nosotros. Mientras espero los postres me levanto para recorrer el laberinto de pasillos, escaleras y habitaciones. Recorro con calma las paredes, contemplando detenidamente las fotografías de los artistas que allí han comido. Busco a mi abuelo con Charlton Heston, o con John Wayne, pero no le encuentro. Cuentan que a John Wayne el asesinato de Kennedy le pilló en Los Caracoles, y que para celebrarlo pidió champán para todos.
“A can Olivelles setze mamelles”, que en catalán quiere decir que en Casa Olivelles hay dieciséis tetas. La madre y las siete hermanas de mi abuelo. Demasiada mujer con la sartén por el mango, quizá por eso abandonó muy joven la Vall d’Aran. En Barcelona le acogió su tía, la Tía Mercè. La Tía Mercè también viene a las comidas de las Siete Puertas. Es una mujer alta y vieja, seria y seca, y que si se ríe, lo hace por dentro. Muy adentro. La Tía Mercè se casó con un Rius, que es un apellido que en Barcelona lo dice todo. Tiene una gran finca en un pueblo del Penedés donde crían cerdos y crecen las vides. A menudo mi abuelo organiza allí costelladas y toda mi familia se pone ciega de vino y cordero hasta perder la razón. En la finca hay una especie de mausoleo, lleno de bustos de emperadores romanos, y una capilla. También un gran basal que si ha llovido se llena de renacuajos y ranas. Y una enorme mesa redonda y de piedra donde se sienta mi familia a devorar carne recién cocida al fuego. Al acabar, todos los hombres de la familia, grandes y pequeños, hacemos un círculo alrededor de las brasas y las apagamos con nuestros orines. Antes de irnos, el masovero nos enseña las bodegas donde vierten el jugo de la uva recién cosechada y lo dejan reposar antes de pasarlo a las barricas. Nos explica que en ocasiones arrojan dentro algún cerdo vivo para que el vino coja fuerza. Mi abuelo nos detalla luego que en una ocasión un marido despechado metió dentro los cadáveres de su esposa y de su amante. El crimen perfecto porque con el tiempo no queda ni rastro. Creo que la única vez que he visto triste a mi abuelo fue cuando los hijos de la tía Mercè vendieron la finca a Segura Viudas. Espero que sigan arrojando cadáveres, al menos de vez en cuando.
Siempre guardo silencio cuando me cuelo en el despacho de mi abuelo porque es un lugar sagrado. Miro con respeto, una a una, las fotografías de la pared. En una Robert Mitchum y mi abuelo brindan con una copa y sonríen a la cámara. Robert era tan chulo como yo, por eso nos hicimos amigos al instante. Ese es Peter Ustinov, un gran tipo y un gran bebedor de vodka que sabía disfrutar de los placeres de la vida. Rock Hudson fue una pequeña decepción, me lo llevé de putas y acabó con un chavalín. Mira la Cardinale, qué guapa era de joven. Y Marisol, ya de bien pequeña una putilla calientabraguetas. No sé por qué tengo aún esta foto con Mari Santpere, era una mala persona que humillaba a su marido. Ava Gardner era otra cosa, era una diosa hermosa y borracha, la única mujer que pudo ganar a mi abuelo a lingotazos. Un día, Ava Gardner entró como una cuba en el Ritz de Barcelona, se plantó en medio del hall, separó las piernas y se meó allí mismo. Una larga meada. La expulsaron de inmediato y la declararon persona non grata. Para mi abuelo eso fue un acto indigno y desagradecido. Una meada de Ava Gardner es un regalo de la naturaleza, como el Rocío al amanecer o los riachuelos que bajan de la montaña en primavera.
Mi abuelo entró a trabajar muy joven en la filial española de la Gaumont, pionera francesa en la producción y distribución de películas. La vieja casa Gaumont, mascullaba mi tío con sorna harto de escuchar siempre la misma historia del hombre hecho a sí mismo. Mi abuelo entró de mozo y poco a poco fue subiendo peldaños en el mundo del cine. Tras la guerra se convirtió en el jefe de la modesta Internacional Films, fue Director Gerente de Chamartín en Barcelona y trabajó en las producciones de Samuel Bronston haciendo lo que más le gustaba: irse de juerga y putas con los actores. Alberto Sordi llama todas las Navidades para felicitarle las fiestas y pasan un buen rato al teléfono recordando gloriosas hazañas. Las fotos de mi abuelo con Alberto Sordi son las más grandes y numerosas del despacho. Cuando Alberto Sordi llegaba a Barcelona, lo primero que hacía era llamar a mi abuelo, y juntos podían desaparecer una semana entera.
Le pregunto a mi madre que qué hacía mi abuela entonces. Pues qué iba a hacer, esperar y callar, eran otros tiempos. Pero el avi sería un padre divertido, tan amigo de la jarana. Mi madre me dice que no, que en casa era rígido y duro, que imponía el orden sacándose el cinturón. Era un tirano, me dice, fíjate cómo han acabado tus tíos: alcohólicos, solteros y sometidos. Yo porque me casé muy joven, y cuando me separé de tu padre no quise volver a su casa por ti y tu hermano, para que no acabarais como ellos, aunque tuviéramos que pasar hambre.
En el despacho de mi abuelo, la única foto en la que él no aparece muestra a cuatro niños. Mi madre y mis dos tíos con cara de diablos, y en medio un chaval cabizbajo a punto de romper a llorar. Es Pablito Calvo, me cuenta mi madre, el protagonista de Marcelino pan y vino. La promoción de una película le pilló en Barcelona, sin su familia y en navidad, y como tu abuelo no podía llevárselo de putas se lo trajo a casa con nosotros. Le hicimos la vida imposible. Le atamos a una silla y le estuvimos lanzando chapas con un tirachinas hasta que nos pilló tu abuelo y se puso hecho una fiera. En aquellos tiempos, por navidad, las familias con dinero invitaban a un pobre a la mesa; en la nuestra invitaban al niño prodigio del cine español y nos dedicábamos a torturarle con crueldad. Así es tu familia, y es importante que lo asumas cuanto antes.