a Rubén Lardín
Lo importante ya no es escribir un artículo sino una frase y luego la siguiente y la otra. Vivir por unidades. Como en las canciones donde no se entiende nada, pero sí cada frase suelta. Nunca ha querido decirse nada. Pretender decir cosas es querer tener razón y eso es de imbéciles y de déspotas. Vivir por unidades. Contar por unidades. Los solitarios estamos más unidos que nadie porque la unidad nos une. Un sacrificio inútil. La foto de Umbral con Sara Montiel fumándose un habano cada uno. Sus bocas satisfechas de impudor y de tabaco puesto a secar en Cuba. O en cubas. Toda fotografía es un sacrificio caníbal para que lo celebren los vivos. Todas las fotografías que hay en el mundo son fotos de muertos o lo van ser. Un sacrificio es inútil porque todo lo sacro, todo lo sagrado, lo es. Sacrificar quiere decir hacer sacro, como el hueso del culo. La apoteosis del machismo. Elevar a lo divino, eso es lo que significa apoteosis. Cada palabra quiere decir una cosa, su cosa, anhela su propia explicación. Cada palabra aspira a convertirse en una forma de razón, es decir, de imbecilidad y de despotismo. Cada palabra es un escándalo en una pequeña ciudad, es decir, en nuestra boca. En la boca arrugada, reptiliana, de Lou Reed la palabra “Tripitena” rodaba, rebotaba sin más referentes que ella misma igual que el diente caído de un yonqui o de un viejo. Aún se puede oír el eco de esa palabra en sus canciones. Por esto mismo, también toda canción es un sacrificio inútil. De hecho, las canciones alegres tendrían que estar prohibidas. Hay que ser muy hijo de puta y muy mentiroso para cantar con alegría. Cantar por unidades. Contar por unidades. Hablar por unidades. Hablar y que ninguna palabra sepa qué otra la va a seguir a continuación. En España se sigue mucho a continuación, pero si uno se marcha a Francia va a ver que allí se sigue sin tanta continuidad. André Breton y el surrealismo son eso: la yuxtaposición, la contigüidad por encima de la continuidad, la negación de la lógica discursiva como jerarquía. La apoteosis del cadáver exquisito. Todas las fotografías del mundo son pósters de cadáveres que hemos clavado en el pecho de nuestra adolescencia. La apoteosis del machismo es un señor que ha entrado antes de la película en los lavabos de un cine y se la sacude después de mear. El poder de la personalidad y los chistes noctámbulos. Y las palabras como “Tripitena”, que es en sí misma unidad radical de individualismo. El poder de la personalidad se demuestra fumando puros hasta ahogarse, hasta que el crujido del último enfisema retumba en la noche, en la carcajada de un chiste contado al oído en un sillón del pub. Escribir por olas, por oleadas de fiebre que sube y baja como si se tuviera la brucelosis. Ésta no consiste en ponerse amarillo como Bruce Lee, la brucelosis es una enfermedad de gente que anda con animales, del ganado. A ninguna ola le importa una mierda la que viene detrás de ella. Quiero creer en cada frase por sí misma como se cree en cada ola que llega. Las frases mueren como mueren las olas, por cansancio. Hablando en sentido figurado. Aunque ¿puede alguien hablar figurativamente como pintaban los antiguos? Hablar, escribir (valga la redundancia), por abstracción, para abstraerse y no para representar de modo figurativo. Hablar para consolidar los propios problemas y temores, para darles sentido de unidad y manifestarles la propia fidelidad, a ellos, que no nos van a abandonar nunca, por nada del mundo. El mundo como sacrificio inútil, tan doloroso como no hacer una llamada de teléfono porque corre uno el peligro de salvarse. El mundo como adaptación literaria. Como expiación inútil de un puñado de palabras. Como símbolo de la decadencia que se cernía sobre Hollywood.