Pertinaces latigazos de viento entibian el café entre mis dedos mientras un baile de anoraks hierve de voces en la puerta de la academia. El cielo blanquea como una antártica quimera, espejismo para perros solitarios que husmeamos los rescoldos de la noche dejada enfriar. Bronce y tinte, sonríe y pide fuego, agachándose, brava, para guardar la llama en el candil que encierran sus palmas combas y morenas. Prometeo se ríe de mí y un picotazo le mina el hígado infinito. Late la punta incandescente del cigarro, gobernada por la succión de una larga calada, y el humo se desgarra, agitando una efímera banderola sin misterio. Se sienta, ha vencido. Pide un café para ella. Escruta mi galleta inmaculada, aislada en fino plástico transparente. Sabe que puede tomarla y la toma. La extrae de la funda y se la lleva al lecho de la lengua: una oblea de trigo tostado que se quiebra entre sus dientes, como mi endeble voluntad de estos días lechosos, devastados. La camarera merodea como una gata hambrienta y recelosa, nos araña con estrépito de latas y de vidrios. Tarda en traer una taza blanca como un huevo en la que humea la negrura invasiva de sus malos pensamientos. Fusilado por dos pares de pupilas, me devora el recuerdo de nuestros últimos encuentros: tu coño, la bestia que alimento casi cada noche con el manantial de mis hijos escaldados, riadas amargas de criaturas que se pierden para siempre en las grutas ahuecadas de tu vientre emancipado. Qué tienen que decir el juez, el fiscal, el ministro, el policía…, de nuestras hemorragias de vida y de deseo, de la carne que amasamos y mezclamos en la alquimia pagana de nuestros caníbales tropiezos. ¿Qué tienen que decir cuatro pupilas de hembras azotadas por el viento? El sol no se abre paso todavía, tras el tapiz escarchado que enturbia tiempo y cielo. Huelen a café sus labios y a tabaco sus dedos. Violenta el plástico de la otra galleta, que cruje ya entre sus dientes dispares, imperfectos. Siento cómo se pierden mis hijos en la noche perfumada de tu cuerpo, nudo al que quedan atadas mis muchas desolaciones y tormentos. Tu canción tiene el frío del último encuentro, tu canción se hace amarga en la sal del recuerdo. El cenicero es un valle de cenizas que separa mis dedos de sus dedos, la gata arrastra un maullido de sillas metálicas y los anoraks bailan cada vez más despacio y espaciados, en un susurro apagado y lento. Me cuenta no sé qué sobre una boda, sobre su minúsculo alquiler y una tienda cerrada hace algún tiempo. Cuenta que tiene el coche a tres manzanas.
- Cada manzana esconde un agujero.
- Nosotras tenemos tres.
- Dime por cuál te la meto.