Hace unos meses —casi los mismos que llevo sin escribir en el Butano— me hablaron de una cuenta de Twitter que empezaba por una arroba, terminaba por un guión bajo y entremedias se colaba la palabra POSTUREO. Desde esa cuenta, extraña y contradictoria, empezaron a ser escupidas pequeñas idiosincrasias, frases que realmente no dicen nada, pensamientos directamente relacionados con el moderneo y mi vida se paró, en seco. Curva, derrape, me estampé de bruces contra el muro del colmo españolito de la modernez. Ah, y por supuesto, en ese muro colgaba un cartel que decía #postureoButano.
Vale que El País, también el Estado español, se está yendo a la más absoluta mierda —qué os voy a contar sobre la autoridad incompetente que no sepáis—, pero qué más da, la fauna de la Celtiberia y alrededores sigue (seguimos) adelante entretenidos con un punto de minusvalía intelectual y triple ración de cachondeo: los señores siguen teniendo fútbol; las señoras, a Bertín Osborne (su voz, su estilo, su aceite, sus quesos y su gazpacho), los andaluces siguen lanzando bebés contra una virgen de plástico durante el Rocío, los catalanes siguen sufriendo su particular delirio independentista (abuelas de Catalunya, ¿sabéis ya si seguiréis cobrando vuestra pensión si este trozo de tierra entre el Ebro y el Mediterráneo se independiza?) y los jóvenes no sólo tenemos Twitter en general y la cuenta de postureo en particular sino que tenemos el genial botón del ‘retuit’ para propagar el disparate.
Y así, vamos tirando.
La verdad es que, a pesar de estar en la más absoluta mierda, mis amistades y yo hemos sido capaces de encontrar en el #postureo cierto tipo de consuelo insensato, de magia simpática que nos ayuda a llevar a cuestas estos horribles tiempos de “ponte de cuclillas que España te va a golpear repetida y violentamente con su látigo de siete colas”. Y nos dejamos sodomizar, sí, pero mientras nos reímos y retuiteamos desde la guardería ingeniosas y estúpidas frasecitas con un superteléfono que vale más que nuestro culo.