Leemos a Edgar Allan Poe tumbados en la cama como cadáveres en un féretro acolchado. De Poe siempre se dice que si inventó la novela policíaca, que si fue el creador del terror humano porque hasta entonces el terror había sido siempre paranormal, que si patatín, que si patatán…; pero lo que de verdad se inventó Edgar Allan Poe fue al lector moderno. El primer lector de Poe, el lector príncipe de Poe en Europa, fue Baudelaire, que lo leyó por arriba, con los ojos vidriosos y calientes por la enfermedad, y por abajo, por su reverso, es decir, traduciéndolo. Baudelaire, que es un poeta moderno, al leer a Poe se convierte en un lector moderno y, como se da cuenta, lo traduce al francés para que todo el mundo civilizado tenga también la oportunidad de convertirse en el lector que pide ese siglo todavía por llegar: el nuestro, el que empieza a finales del XX.
Poe nos ha pertenecido más a nosotros que ninguna otra época de la humanidad. Ni siquiera cuando el viejo Julio Verne se quiso apropiar de él dándole a sus vueltas al mundo en ochenta días, a sus viajes en globo, a sus descensos al fondo del mar y al centro de la Tierra, el título general de Viajes Extraordinarios igual que Poe juntó sus cuentos bajo el lema de Relatos Extraordinarios, o cuando quiso hacerlo suyo poniéndole una continuación de botiquín a La narración de Arthur Gordon Pym, ni siquiera entonces, con tanto como hizo, Verne lo consiguió, porque Poe ya en aquellos días era nuestro.
Lo único que necesitaba Poe para acabar de pertenecer a nuestro mundo no eran glosadores, ni novelistas, ni expertos, ni prestigiosos detractores, sino imágenes. Faltaba un Roger Corman que captase todo lo que hay de macilento, de repetitivo, de sucio, de torpe, de precario, en sus personajes, en sus situaciones. Era necesaria una centena de dibujantes de cómics dispuestos a apelmazar de tinta negra barata planchas que luego se iban a reproducir industrialmente en el papel más basto y poroso. Poe sobrevivió sin medios de vida y por eso cuando más se le explica es cuando escasean los medios. Se creyó romántico Poe porque vivió en la era del romanticismo, pero ya era simbolista cuando Baudelaire quiso darse cuenta; ya había sido pulp cuando las revistas pulp se echaron sobre sus relatos como cuervos; ya había sido Lovecraft cuando Lovecraft le recogió el testigo de la misma mano que lo había recogido Verne. Se creyó un distinguido señorito de West Point, de donde le habían expulsado, pero ya era entonces una sombra nerviosa entre los callejones de The Warriors. Si algo son sus personajes, son guerreros de la noche.
Cuando la literatura celebró la metaliteratura, Poe ya nos había mostrado que Edgar Allan Poe y Arthur Gordon Pym eran un mismo nombre, una misma persona. ¿Cómo va acabar un libro protagonizado por alguien que aún no se ha acabado? ¿Y cuando se acabe el escritor, quién acabará el libro? ¿H.P. Lovecraft? ¿Julio Verne?
Se enamorará de adolescentes moribundas, porque Poe es durante toda su vida el adolescente futuro de Jóvenes ocultos y de Los viajeros de la noche. Poe es el escritor de miles, millones de adolescentes, lectores nocturnos, que acaban de llegar del cine y saben que la cama es el sitio de pasar miedo. Si lo has leído así, no hay escapatoria, hermano. Yo lo llevo metido en las venas como una semilla del diablo.