El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Muerte atómica de un patriota

Javier Pérez Andújar Artículo— 16-09-2010

Como las necrológicas se han convertido en la sección cool de los periódicos, aquí va una de muertos enrollados. Este verano, el pasado día 1 de agosto, falleció a los 90 años la líder nacionalista puertorriqueña Lolita Lebrón, que de muchacha había sido proclamada reina de las flores en el concurso anual de la belleza de mayo, del municipio de Lares. Hay en todo patriotismo mucho de guapa de pueblo. En 1954, cuando tenía 34 años, Lolita Lebrón, ya por entonces una modistilla guerrillera de los barrios latinos de Nueva York, encabezó un legendario asalto a la Cámara de Representantes de los Estados Unidos en compañía de sus compatriotas borincanos el poeta Rafael Cancel Miranda (de 25 años) y los activistas Irving Flores (de 27) y Andrés Figueroa Cordero (de 29). Nunca antes, en la historia de Estados Unidos, sus congresistas habían sido atacados dentro del Capitolio. Quizá lo más parecido fuese la bomba que quiso hacer explotar en la recepción del edifico el profesor alemán Frank Holt, en los años de la IGM. Pero no pasó de la puerta.

Hay en todo patriotismo mucho de guapa de pueblo.

El caso es que el día 1 de marzo de 1954, Lolita Lebrón y sus tres compañeros entraron en la cámara de los representantes con pistolas automáticas, se colaron en uno de los balcones para los visitantes que hay en el piso superior de la sala del Congreso, y desde allí abrieron fuego a mansalva y escupieron cerca de treinta proyectiles. No mataron a ninguno de los 240 congresistas que se encontraban en aquel momento debatiendo sobre un proyecto de ley de inmigración, pero hirieron a cinco. Éstos fueron el republicano Alvin M. Bentley (por Michigan, que recibió un grave tiro en el pecho), el demócrata Clifford Davis (por Tennessee, en la pierna); Ben F. Jensen (republicano por Iowa, en las nalgas), George Hyde Fallon (demócrata por Maryland) y Kenneth A. Roberts (demócrata por Alabama).

Los cuatro asaltantes puertorriqueños fueron detenidos, juzgados por atentado y condenados a muerte. Sin embargo, el presidente Eisenhower les conmutó la pena capital por penas de más de setenta años, lo que es comparable a cadena perpetua. En 1978, Andrés Figueroa Cordero salió de la cárcel ya enfermo de cáncer terminal, y al año siguiente, veinticinco después del asalto, el presidente Jimmy Carter concedió la amnistía a los tres presos supervivientes a cambio de una liberación de espías de la CIA encerrados en las prisiones de Cuba.

Lolita Lebrón se había hecho en Nueva York admiradora y seguidora del líder nacionalista puertorriqueño Pedro Albizu Campos, el cual moriría envenenado por un científico. Y a esto es a lo que íbamos. A la muerte atómica de Pedro Albizu Campos, conocido popularmente como “el Maestro”, y más tarde como “el último libertador de América”.
Pedro Albizu Campos había iniciado su carrera política alentado y deslumbrado por el triunfo de la República en España en abril de 1931. Al año siguiente se presentó a las elecciones de Puerto Rico en las listas del Partido Nacionalista. Apenas obtuvo cinco mil votos. Albizu y su partido, que atribuyeron este paupérrimo resultado al contexto colonial de la isla, quedaron tan dolidos que no volverían a participar en ningunas otras elecciones.

Pero su reacción ante el fracaso no iba a quedarse ahí. Durante los años siguientes, Pedro Albizu Campos, un hombre severo, de frente ancha, mejillas chupadas y bigote negro como un brazalete de luto, promovió una campaña de huelgas contra las empresas que tenían el monopolio eléctrico de Puerto Rico, y también contra las compañías azucareras. A las huelgas siguieron marchas de protesta, algunas de las cuales acabaron en insurrecciones sangrientas, como la masacre de Río Piedras (donde la policía colonial mató a cuatro jóvenes) y la no menos masacre de Ponce (en la que una carga de la policía se saldó con veintiún muertos y más de ciento cincuenta heridos). También tuvo lugar en aquellos días el asesinato del jefe de la policía de Puerto Rico, el coronel norteamericano Elisha Francis Riggs, al que los rebeldes responsabilizaron de la represión de Río Piedras.

Durante sus años de formación académica en Boston, Albizu Campos había conocido a la resistencia independentista del IRA, e inspirado en esta organización trazaría ahora su estrategia de lucha armada. Pedro Albizu Campos se autoproclamó enemigo máximo de Estados Unidos. En una ocasión en que el presidente americano Franklin Delano Roosevelt quiso visitar Puerto Rico, Albizu le declaró persona non grata con esa voz de látigo, o también de algo duro pisado. Albizu Campos fue detenido en 1936 y deportado secretamente a Estados Unidos, donde se le juzgó por sedición, y se le encerró por diez años en la prisión federal de Atlanta.

A Albizu Campos le encarcelaron, esta vez en su isla, ese mismo día.

Cuando en 1947 regresó enfermo a Puerto Rico, reanudó la lucha armada en favor de la independencia de su país. El 30 de octubre de 1950, la patriota Blanca Canales, hermana del escritor Nemesio Canales, proclamó la República de Puerto Rico en el municipio de Jayuya, y acto seguido el municipio de Jayuya fue bombardeado desde el aire y sometido por tierra al fuego de la artillería de la Guardia Nacional. A Albizu Campos le encarcelaron, esta vez en su isla, ese mismo día.

Pero este encierro no iba a quedar sin respuesta, y así, dos días después, el 1 de noviembre de 1950, otros independentistas afincados en Estados Unidos atacaron a tiros la residencia donde el presidente norteamericano alojaba oficialmente a sus invitados (la llamada Casa Blair, que está enfrente de la Casa Blanca). Se da la circunstancia de que en aquellos días se alojaba en la Casa Blair el propio presidente, Harry S. Truman, pues en la Casa Blanca estaban de obras. Tras tres años de encarcelamiento, el gobernador de Puerto Rico, Luis Muñoz Marín, indultó a Pedro Albizu. Sin embargo este indulto fue anulado después de que Lolita Lebrón y sus compañeros asaltasen la Cámara de los Representantes de Estados Unidos, en 1954.

Durante su nueva estancia en prisión, Pedro Albizu Campos se debilitó aún más física y mentalmente. En 1956, sufrió un derrame cerebral que le paralizó todo el lado derecho, y por esta razón le trasladaron de la cárcel al Hospital Presbiteriano de San Juan. Fue entonces cuando Albizu empezó a decir que durante su encarcelamiento había sido víctima de experimentos con radiaciones; pero los funcionarios se reían de él y aseguraban que el preso había caído en un penoso estado de demencia.

El 15 de noviembre de 1964, el gobernador Luis Muñoz Marín volvió a concederle el indulto a Pedro Albizu Campos. El líder patriota y rebelde murió paralítico y ciego el 21 de abril de 1965. Fue enterrado, en una ceremonia multitudinaria, en el cementerio marino de Santa María Magdalena de Pazzis en San Juan, cuyos muros son bañados por las olas del océano como la muerte va lamiendo los cansados muros de la vida.

Entre 1930 y 1970, así lo reconocería después la administración Clinton, el Departamento de Energía de Estados Unidos (DOE) estuvo desarrollando un programa de experimentos con radiación humana, que se practicó sobre una serie de presos sin que éstos tuvieran conocimiento del mismo, y entre los cuales figuraba, según se dice, el líder nacionalista puertorriqueño Pedro Albizu Campos.

Cuando el siniestro doctor Cornelius P. Rhoades regresó a su país, fue nombrado miembro de la Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos.

No se trata de una suposición sin fundamento. Uno de los principales científicos que participaron en aquellos experimentos, el doctor Cornelius P. Rhoades (tocayo del misterioso villano de Le Rouge), había sido destinado, con el cargo de director del Instituto de Medicina Tropical, al Hospital Presbiteriano de San Juan de Puerto Rico cuando Albizu Campos se encontraba ingresado allí. En la correspondencia personal del doctor Cornelius abundan opiniones como la que sigue: “Los puertorriqueños son sin duda la raza de hombres más sucia, haragana, degenerada y ladrona que haya habitado este planeta“. Cuando el siniestro doctor Cornelius P. Rhoades regresó a su país, fue nombrado miembro de la Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos, una oficina gubernamental dedicada, entre otras funciones, a investigar las consecuencias de la energía atómica en la salud, y donde secreta e impunemente continuó durante largos años practicando con radiaciones, tanto entre pacientes de hospitales militares como entre civiles.

En un mitin de Pedro Albizu Campos que corre por Youtube se oye al rebelde avisar a quien quisiera oírle de lo que le estaba ocurriendo: “La edad contemporánea no es la edad de la bomba atómica, la edad contemporánea es la edad del bárbaro científico. Concebíamos la barbarie como un estado de ignorancia de la mente humana. Siempre fue un error, la barbarie no es un estado de ignorancia de la mente, la barbarie es un estado de vileza del espíritu del hombre“.

Pero del espíritu del hombre lo que va a quedar a lo sumo es un esqueleto con luz fosforescente.

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