El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Madrid, Agosto 2013

Grace Morales Creaciones Madrid— 23-09-2013

No es abril sino agosto el mes más cruel del año. Quien pasa una de estas temporadas implacables en Madrid, en serio que tiene mucha suerte de no llegar a septiembre enchiquerada en una institución mental.

No viene de hoy este calor del infierno en la ciudad, ni parece que haya influido demasiado en las temperaturas la boina de contaminación, salvo para esmaltar el cielo con tonos ultra violetas, como tras el paso de un hongo radiactivo, preciosos, también hay que añadir. Leo en un libro de relatos escrito en 1886 por el periodista Enrique Sepúlveda ( La vida en Madrid, Asociación de libreros de lance, 1994) estas líneas que, florituras del estilo aparte, parecen haber sido fruto de la observación y el sufrimiento de hace unas semanas:

«Madrid en verano es una insolación urbana; peor que eso, es un reverbero de placas berroqueñas; un Sahara de aceras calcinadas; un volcán de humo alquitranado, en cuyas entrañas (las del volcán) se revuelven y palpitan, echando lava, los criaderos de gas y de luz eléctrica. Es una conjunción de vertederos pútridos y de aguas potables; un tabardillo endémico; una congestión epidémica; un cólico esporádico, que por ser veraniego se llama… de Madrid; un averno con paredes de estuco; una laguna Estigia, con aguas hirvientes y Carontes socarrados; el palacio predilecto de Plutón; la granja favorita de Proserpina; el laboratorio de amoníaco más grande, más sofocante y asfixiante que pudo idear el diablo para solaz de los Infiernos de Madrid.» (pág. 307).

Este lamento es absurdo, lo reconozco. Pero el verano en Madrid cada vez se hace más difícil, no sé si es porque aguanto cada vez menos las noches sin dormir y la hipotensión. La ciudad sacudida por el sol de verano se ha vuelto mucho más oscura que antes, a pesar de que esté bajo el mismo eclipse de fuego que no se apaga hasta las tantas de la noche, y aun así deja un foco azul brillante prendido en la madrugada.

Madrid en las tinieblas de agosto se vacía de gente, pero queda una presencia viscosa, residuo de los que han salido para las vacaciones como huyendo de algo, culpables sin saberlo. También está la nuestra, sombra de aceite de los que permanecemos, con los coches abandonados en la acera, esperando la operación asfalto o un milagro, dos cosas que creo yo no van a llegar nunca, quizá antes la segunda que la primera.

Por primera vez los acontecimientos nacionales e internacionales han pasado ante mí como fantasmas. Absoluto desinterés sobre los debates en torno a si salvar a los ya-muertos en nombre de la democracia. Más que risa, me ha provocado indiferencia el comportamiento de nuestros dirigentes, españoleando por el extranjero. Todo sonaba a ya visto, ya escuchado, ya utilizado, como una canción del verano de hace años, gastada y pasada de moda. Era como una de zombis, pero sin gracia, más agusanada de la cuenta. Discursos de terror bienintencionados para gente que demanda distracción.

Solo cuando vi a nuestros representantes volver a Madrid de su merecido descanso en agosto, relucientes por el bronceado y haber engordado unos kilos, el sol de septiembre salió del círculo negro y brilló con fuerza. Recordé el cuento de Sigismund Krzyzanowski, “La hulla amarilla”, donde los ciudadanos, muy agresivos por la falta de comida y empleo, y ante el problema de la extinción de los recursos naturales, eran empleados por las autoridades como pilas humanas, extrayéndoles el exceso de bilis provocada por su miedo y su hostilidad. Como se les pagaba bien por la cólera que iluminaba trabajos y edificios, engordaban y su bilis se reducía. El problema energético volvía, pero la gente se había convertido en un colectivo de amables y satisfechos borregos.

Si mis antepasados me hubiesen leído quejándome del tiempo y de la pinta criminal de esta gente, me habría llevado un capón.

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