1. Un momento para la actualidad.
Deben de estar comenzando a desmantelar el campamento de la Puerta del Sol. El sitio, en los últimos días, empujado hacia el centro de la plaza, y rodeado de pedigüeños, mimos, estatuas vivientes y acomodo de puertasolinos, se parecía más a un bazar del año I d.c. que a una protesta wifi, pero no sé, ya estará tranquila la Asociación de Comerciantes de Preciados, Carmen y Arenal (APRECA), que han reclamado al Maestro Armero treinta millones de euros en concepto de pérdidas por tres semanas de indignación. Su presidente, don Ignacio Lario, con el aspecto de haberse escapado de una zarzuela de Arniches en el papel del boticario, se ha hecho popular justificando esta cifra, son más de dos mil negocios los afectados por la protesta, porque los clientes que tan generosamente contribuyen a esta bonanza —haga el lector un sencillo cálculo de a cuánto sale cada comercio por año de actividad— no han consumido tanto como deberían haber hecho estos días porque tenían miedo, por si acaso alguno de la población de las tiendas les mordía o les infectaba, alguna cosa así.
No hago censos, no soy Rain Man, así que no me he detenido a contar el número de comercios que existen en la Puerta del Sol y en las tres calles mencionadas. Tiene que haber muchos, desde luego. Si quitamos los negocios del Ayuntamiento, Comunidad y Ministerios, las franquicias de rigor y las sucursales del Imperio Areces, deben quedar unas cuantas decenas de bares, numerosos despachos de notario, abogado, médico, delineante, arquitecto, zapatero, modista, y rarezas como el Sanatorio de Muñecos de Preciados. También están los hoteles, las pensiones y las salas de juego. Cafés propiamente dichos no queda ninguno, salvo la tienda que vende café, La Mexicana. Locales famosos en toda España, aún permanece sin derribar La Mallorquina, pastelería célebre por sus napolitanas y el salón de té desde donde se puede contemplar toda la Puerta del Sol. Curiosamente, abarrotado estas últimas semanas. La Academia Cima, de preparación para oposiciones, desde donde se retransmiten las campanadas de nochevieja en la tele, también funciona, y no creo que los jóvenes aspirantes a policías hayan desistido de ir a clase por las demostraciones de indignación.
No sé, no me imagino dónde se puede haber perdido tanta cantidad de millones. ¿Quizá se han resentido los óbolos de la Iglesia del Carmen, porque las beatas hayan dejado de ir a misa? ¿Podría ser que el cliente del limpiabotas haya decidido cambiar de acera? ¿No se habrán quedado las loteras de Doña Manolita que acampan al lado de la boca de metro sin vender sus cupones? Imposible.
Insisto en que no sé si son realmente dos mil negocios los que hay a lo largo de la Puerta del Sol y las tres calles. Me imagino que habrán hecho el cómputo quitando las obras, los espacios institucionales y las zonas de intercambios alegales, como las de la supervivencia sexual de una gran cantidad de hombres de Europa del Este, y las del tráfico de sustancias. De lo que estoy segura es que de los dos mil, más de la mitad, pero mucho más, son de ropa, calzado y complementos. Y en esas tiendas, una de dos, o es que antes había que hacer colas para conseguir entrar, o el público sigue siendo fiel a la costumbre de consumir moda. Ajena y por encima de las protestas, las (no) ideologías y el descontento.
El desconcierto.
Yo me compré una sombrilla monísima y demagógica en Casa De Diego.