Aspiraba Tomás Milián en una película de Antonioni a tener con una mujer la misma sensación que volar en ala delta, “poder estar callado con una mujer, tener con ella una relación como con la naturaleza”. Cálmate, Antonioni, no te aceleres o dejarás de ser tú. A continuación, Tomás Milián se fue a otra película a interpretar a un cura.

Supón, por un momento, que entre tú y yo no hubiera todo esto, que no mediase entre los dos lo que escribo aquí sentado, en este lugar entre el hombre y el lobo, sentado en esta licantropía, ese espacio entre el sueño y el insomnio al que llamamos vigilia, el emplazamiento más fútil e inexistente, el único irreal, este interregno regular donde somos nada y un poco todo, donde todo, en cuanto lo escribes, pasa a ser nada, aquí sentado en la mañana que es como una casa de lactancia, bajo el cielo de hoy de color cataclismo (hay que mirarlo con cara de guardia urbano, este cielo), esperando a la luna llena de por la noche a la que pienso lanzar besos especulativos, entre que dibujo unos árboles por ver si los comprendo, les busco lo civil, lo religioso y lo bélico con el lápiz que manejo como un devaneo en torno a estos árboles que tal vez dentro de unos años sirvan para hacer violines.

Si te abrasas la lengua con el primer café se pochará el día antes de hora, vete con ojo, mejor siéntate a escuchar el tabaleo de la cucharilla disolviendo el azúcar, ese sonido que se opaca en las paredes de la taza, no tengas prisa, escucha la densidad del miércoles, bébetelo, sal a fumar o mejor fuma dentro, desobedece, hazlo por mí, vigila a la gata que suele asomarse a la nieve, ve preparándome un zumo de naranjitas frescas, piensa a ver qué te pones y mira lo que te digo, que te lo digo cantando: tendrás que estar lista en media hora porque si no yo no te paso a buscar.