¡Llegaremos tarde, como a las cinco!, vocea la muchacha de pecho enervado, y aplasta la colilla y asiente en ráfaga al teléfono echándose al quicio para darme paso, sin verme, y llevado por sus palabras entro al bar como si entrase al sueño aquél así titulado de Dalí, donde se veía siendo trasladado al hospital en un camión de mudanzas, y en llegando a la barra aparto el taburete mientras pido una cerveza con un castellano aproximativo, bien dicho, como si fuera de otra parte, marroquí, por ejemplo, por facciones, o acaso italiano en mis mejores momentos, cuando la vita è bella, por excluirme, por abolir algo en mí, y observo cómo tiran la caña y verla tomar fuerza dentro de sí es una de las razones que me traen a este sitio, a este lado de la barra, cerca del mar; pero en cuanto me mojo los labios tengo que acompañar la mirada de los hombros para llevarla a la muchacha, que entra tecleando el móvil y dictando algo así como “pues eso, cuantos más puntos tenga, pues más tengo“, y se sienta y bebe de su cerveza, que esperaba allí mediada, a la vez que se echa unos cabellos tras la oreja y se encabalga en un taburete y vuelve a teclear en el móvil, y un hombre que se encuentra acodado entre ella y yo, anclado a su café con leche en vaso largo, habla muy despacio:
-Me suena que puede ir alguien por ti, ¿no?
-¿Cómo va a ir alguien por mí, papá? ¿Qué dices?
-Hombre, alguien de confianza.
-¡Pero si es un curso de cuarenta y cinco horas, de la diputación, y un examen oral y otro escrito!
-Pero cuarenta y cinco horas es muy poco. Puede ir tu hermana o una amiga en tu lugar.
Y entonces la muchacha, que en verdad no es muchacha sino mujer porque casi me alcanza, parece tomar tierra por fin en aquel bar próximo a la playa y detiene los dedos y reprime un sofoco y ahora sí mira al hombre y dice:
-Papá, ¿pero estás loco?
Yo me bebo aquello, de pie, mi cerveza, y corrijo la ubicación del taburete y voy saliendo y me encamino a casa muy tranquilo, dando un rodeo (Questa è la felicità, chi la cerca già ce l’ha, viva la felicità) pero acelerando el paso ahora que lo pienso, al trote y ya corriendo a partir de cierto punto, regateándome, y subo la ciudad driblando la moral del enjambre con mi ética personal entre los pies y en la cabeza la idea furiosa de que allá donde voy pisando no volverá a crecer la hierba pero me fatigo pronto y a la altura de la catedral termino por aventar el balón por encima de los muros, desde esta tarde soleada hasta más allá del fin de la noche, y como siempre que lo hago se me va un zapato detrás y estoy a punto de caerme de culo.