Tal y como se encuentra ahora, la Plaza Catalunya sería el escenario ideal, alucinado y perfecto, para una película de ciencia-ficción post apocalíptica, para rodar un The Road a la europea. Perdón por el lapsus: A la española. Ops, perdón de nuevo: A la catalana. Sensación de que la euforia inicial ha dado paso a una segunda fase, la acampada hardcore, donde gente sin casa, delincuentes y proscritos en busca y captura han encontrado un buen lugar donde refugiarse de la policía. Aquí, mucha gente odia a sus padres.
A medida que me abro paso, con el máximo respeto, avanzo. Ambiente de chirigota global. Parece un sitio ideal para ligar si estás interesado en un heavy love affaire. Trash entre amigos. Imágenes dignas de Mad Max. En una esquina, veo un tenderete con ordenadores de los años ochenta. Sólo falta Tina Turner y la cúpula de Trueno. Situado en un emplazamiento envidiable, un indio vende latas de Estrella Damm. En sus ojos detecto una sabiduría profunda, algo de sentido del humor, también en su acción de vender cervezas aquí. Ha entendido bien Occidente, aunque solo lleva unos meses instalado. No hay evento multitudinario sin una buena birra. De pronto, me sobreviene un terror súbito a recibir un golpe en la cabeza, a que alguien me golpee por detrás con una tubería de hierro macizo. Observo a mucha gente sin zapatos, tirada por el suelo. Me pregunto qué relación existe entre la búsqueda de la democracia real y la ausencia de zapatos. Un tipo con aspecto de zombi y rastas, una especie de Macaco under the influence me mira rabioso, clava la vista en mi libreta, se aleja girando el cuello, sin quitarme el ojo de encima.
Ahora hablando en serio: la acampada es un auténtico atentado a la estética.
Lo que más me divierte: la cantidad de locos, bailarines psicóticos, y homeless jugadores de Scrabble que se acercan al centro de la plaza, desde todas sus entradas posibles, como atraídos por el sonido de una flauta. El Hamelin de los inconformistas. El colmo, que consigue arrancarme una risa, lo encuentro al otro extremo, donde un brasileño desnudo y con la mandíbula desencajada hace acrobacias con un balón mientras un grupo de fans de Ojos de brujo le aclama dando palmas a su alrededor. De lejos, oigo el sonido de un martillo. Alguien se está construyendo una cama. Se acerca la hora de dormir, y el sonido de una música andina venida de no se sabe dónde me acompaña en mi travesía por el lado más salvaje de la acampada. Detrás de las lonas, que protegen la intimidad de los acampados, descubro (no exagero) imágenes de un deterioro notable, escalofriante, la película de ciencia-ficción tipo Mad Max pasa a ser, más bien, La hora del lobo. Gente estirada en lo que parece un vertedero after hours, una rave privé, sabanas de plástico, una maraña de objetos importante y, lo que es peor, un olor a incienso intolerable.
Un energúmeno con aspecto de ex presidiario baila la capoeira (en serio), hay esquinas que dan miedo. Justo cuando pienso que no percibo ideología, que aquí sólo rapea la abuela, veo un cartel de cartón con una inscripción escrita con un rotulador verde, donde leo: “INFORMACIÓN”.
Me acerco. A medio camino, antes de llegar al tenderete, me detengo y doy media vuelta. No vale la pena. La encargada de información, una chica con aspecto de hippie, se limita a señalar unos folletos sin demasiada convicción, parece estar muy ocupada mentalmente, recopilando sus vivencias actuales para una futura depresión crónica.
Por arte de magia, aparece ante mí una especie de guardaespaldas anti sistema, un tipo muy raro, gordo y con pendientes, que me inspecciona la libreta. Lleva una camiseta de LOST, y por lo visto el tipo sigue enganchado a las fuentes del misterio. Tal y como ha venido se aleja, distraído por su propio olor corporal. Alzo la vista al cielo, buscando un poco de oxigeno, y en lo alto de un árbol cercano me encuentro a un grupo de personas siniestras, saltando entre las ramas y construyendo una cabaña con tablones, lonas, cubos y ropa vieja. Como monumento-homenaje, o happening dedicado a recrear la actual crisis de identidad europea, me vale. Ahora bien, como plataforma política solo quiero decir que aquí huele a sándwich. Alguien está haciendo bikinis (sándwiches mixtos), y:
El jamón york está caducado,
El queso se ha podrido,
La sandwichera se resiente de los días a la intemperie más que el mantenimiento de las rastas de ciertos vampiros de la Europa del Este con los que me cruzo.
No dudo de las buenas intenciones de ciertos universitarios. Pero, sin poderlo evitar, me pongo en el lugar de los que pretenden sostener algún tipo de discurso coherente (político o de cualquier otro tipo) y se me escapa una carcajada. Si la acampada representa la propuesta alternativa, que sigan gobernando los de siempre, por favor. Aquí hay imágenes de decadencia y decrepitud asombrosas. Se lo recomiendo a todo el mundo, esto es más entretenido que Eurodisney.
Mi pancarta favorita: Un tipo durmiendo dentro de un saco en el centro de la plaza, con este lema: RESPETAD MI DESCANSO.
Un homeless pasa con un triciclo infantil y partiéndose la caja. El único elemento de cohesión parece provenir de un tambor, de su sonido, en torno al cual la gente se reanima, todo el mundo parece reactivarse y ponerse un poco cachondo. O algo así, no sé.
Esto es el parque temático más divertido (y sucio) al que he ido en años.
En mitad de la nada, conectado a un cable quilométrico que se pierde tras unos arbustos, alguien ha enchufado un televisor en el suelo, y un corrillo de personas descalzas ve una especie de vídeo informativo donde se exaltan las virtudes del reciclaje. La gente que acampa cerca del televisor ha tomado buena nota del vídeo: Aquí no se tira nada, ni a nadie.
Mientras me alejo, en dirección al Milano, pienso que al lado de todas estas imágenes los lemas mal rotulados que decoran las tiendas de la acampada suenan lejanos, poco convincentes, faltos de sentido.