Hace tiempo que vengo al taller y no sé a lo que vengo

El Butano Popular

Trece Catorce

El Baile & Banquete Anual de los Buenos Periodistas alcanza su vigésima edición. La temática de este año es “La copla andaluza”. Cerca del setenta por ciento de los asistentes han llegado disfrazados —sin ser requisito— con unos disfraces que dejan entrever una brocha gorda que asusta: que si un sombrero cordobés, que si una guitarrita, que si ciento veinte hombres de profesión periodistas travestidos de mujerón con castañuelas. Lo patrocina Pilot, la marca de bolígrafos Pilot, y el evento marcha de deporte; la gente comenta el estupendo sello de los organizadores, dos indios británicos que han montado el tinglado desde cero y de los cuales se dice que lo mismo son “gay”: invertidos, maricones. Pero que a saber. Y al fondo Basilio de pie, torcido, con su traje nuevo entero de azul, apoyado en una columna desde la que contempla horrorizado el panorama: las parejas zapateando “Procuro olvidarte” con los rostros transformados en caretas de sudor, el suelo pegajoso que no perdona ni media, la idea ya borrosa de que afuera el aire es gratis y las figuras de los dos indios supervillanos marrones aferrados a la barandilla de la parte de arriba sonriendo satisfechos. Periodistas cucañistas: trepando todos intentando alcanzar el jamón. Analiza Basilio el fresco desde su postura de cronista imaginario y su metro noventa y mazo; atisba entre el humo por encima del océano y se regala unas opiniones tremebundas, centrales, de peso, él ahí, calladito, entre la barra, unos altavoces y la versión sin afeitar de Imperio Argentina que grita: “¡Vamos! ¡Vamos pallá!”

María de las Mercedes lleva tres horas sentada en el sofá del salón de su piso con la cara descolorida frente a la pantalla del portátil. Va picando de una bolsa de palitos de queso de la marca “Anitín” sabor intenso mientras chatea con su interés romántico actual, Pedro José de Fuerteventura, que tiene pollón. Los palitos de queso de la marca “Anitín” tienen la ventaja de contar con “el inconfundible sabor del horno de siempre”. Si alguien abriera ahora mismo la puerta principal de la casa —situada a su izquierda—, María de las Mercedes giraría el cuello con la mueca embobada, los labios rojos, jalando palitos de queso a dos carrillos y blanca por completo como una María de las Mercedes de Vermeer, y diría: “eeey hooola”. Pero calma total, queda la noche completa hasta que llegue Basilio, que ha salido por ahí. La Mujer Sentada Tocando la Espineta no nos presta atención, permanece atenta a la luz, perdida por completo en la dimensión bovina. A ella le da igual lo que le cuenta Pedro José de Fuerteventura sobre su trabajo, lo mucho que gana y lo grande que tiene la cola; lo que le interesa es cómo se lo cuenta: sus atropellos, las palabras que se come, las tres ausencias por frase, los desvíos. “k si m dise el pavo k 1 aumento k m pagan + i + pues… mira…… io voi lo cojo pa mi todo i aki pz y desps gloria….. k pa gloria la de mi rabo ja ja….. ja jajja”. Ha llegado el amor. María de las Mercedes escucha de fondo su interés musical actual, el grupo “Best Coast” (anunciado en revistas), mientras con media parte de su atención disfruta de la compañía en espíritu de Pedro José de Fuerteventura y con la otra media va copiando las mejores frases del chat de su queridísimo amor bravío en un documento de Word que salva cada noche para, sentada siempre en el mismo sofá, recordarle cuando no está conectado.

La chica que no para de hablar se llama Leyre y sus amigas le dicen a menudo que tiene que adelgazar, que está hecha una acémila y que se lo comentan por el bien de su salud. Trabaja en un magacín escribiendo una sección en la que habla del mundo del Motor que se llama “Mundo Motor”, pero antes trabajó en dos diarios de tirada nacional. Entra a Basilio diciéndole: “¿y tú de qué vas disfrazao…? ¿de alto?”, riendo su propia gracia. Ella le pregunta que qué hace y Basilio responde que trabaja en un periódico; en cuál, en uno, en cuál, no lo conoces. Se sientan en unas sillas y él dice que parece que están hechas del mismo material que los vasitos de plástico. Ella dice que sí, que ese material se llama “plástico”. Vuelve a reírse. Ella dice que está deseando que llegue el verano. Él pregunta que por qué. Ella responde que porque en verano hace calor. Ella dice que lo más importante para un periodista es tener rigor, sobre todo, y criterio, y luego buscar mucho la verdad, pero con rigor. Ella dice que no está borracha ni nada de eso. Ella dice que las posibilidades de la red son infinitas. Las de la red y las del rigor. Ríe. Ella dice que no tenía ni idea de que había que venir con disfraz. Él dice que es que no hacía falta. ¿Qué? Que no hacía falta. ¿¿Qué?? ¡Que no hacía falta, tía! Ella le hace el gesto universal del OK con el pulgar hacia arriba mientras sorbe de la pajita de su copa naranja. Él, Basilio, mira hacia lo lejos y piensa en su novia. Su novia. Tenía que haber venido con su novia.

El Opencor que está a dos calles de su piso es el único lugar en el que María de las Mercedes puede comprar batido Choleck de fresa a estas horas. El Choleck de fresa es lo único que bebe cuando confecciona los broches de fieltro que vende por internet. El Opencor es blanco por dentro y de otro mundo y es como en Viaje al Centro de la Tierra que tienen su propio sol y es de día cuando es de noche. Es el purgatorio que tiene que atravesar para llegar al Bello Mundo del Fieltro. En la fila para pagar tiene delante a un señor que va en chándal. El señor discute con el chico de la caja sobre un libro que ha comprado al que dice que le faltan hojas. El chico de la caja mira de refilón a María de las Mercedes en un desesperado intento de obtener complicidad. Sus mentes se comunican. “Tú y yo sabemos que este señor está loco porque nosotros estamos sanos y podemos ver la realidad que a él se le escapa; y todo esto lo sé porque llevo una plaquita con mi nombre —Jonay— clavada al polo como un pin y él va en chándal con coderas y echa gargajos al hablar”. En minuto y medio se ha vuelto a enamorar. El chico de la caja es el hombre de sus sueños. ¿Cómo ha podido estar tan ciega? El chico de la caja es el rey. Y lleva en la piel todo lo moreno que hay en España. Si él la dejase le cosería en el polo un rectángulo de fieltro con su nombre, y el de ella, y un corazón. Y tirarían la plaquita del Opencor a la basura y nacería el amor.

Basilio está meando fuerte un ámbar raro como de enfermo que huele casi como a témperas Jovi, un olor imposible contra un váter muy estrecho colgado de la pared de uno de los cuartos de baño de la fiesta cuando entra el redactor jefe de su periódico con unas gafas de sol gigantes con montura dorada y una peluca que imita el peinado de Manolo Escobar. El redactor jefe deja las gafazas en la parte superior del váter que está a su derecha y se pone a mear hombro con hombro. “Hostias, Basi, que no te había visto, si creía que no habías venido”. El redactor jefe empieza a mirarle la polla muy fijo. “Sí… estaba por ahí, hay mucha gente”. Sigue mirándosela. “Ya, ya, ¿te has traído a la Merche?” “No, se ha quedado en casa y…” Basilio no está cómodo. “Pues se ha perdido el boletus de la cena” “Sí” “Mmm, qué bueno el boletus” “Sí”. Es la meada más larga de su vida. “Y qué guapa la Merche”. “Mucho”. Se puede cortar el aire con el borde de un flash derretido sabor cocacola. “Qué guapa…” Manolo Escobar concentrado al máximo en su polla. “Mogollón”. Basilio termina y se la guarda, mira a la cara del hombre, al que aún ahí, ya silente, se le sigue viendo obsesionado con el espacio que hasta hace un segundo ocupaba el pequeño tótem, empuja las gafas doradas poco a poco hasta que caen al suelo sobre un charco de pis, y huye de los váteres truculentos muriendo por regresar a los brazos de su novia, su Merche. Merche, te quiero. No vuelvas a dejarme solo. Vuelvo a ti. Vuelvo, Merche. Iré como un caballo loco. Voy, llego, espérame. Yo no soy de fiestas, yo soy más de ti.

En el hogar, María de las Mercedes está viendo la tele. En la Uno hay un concierto súper serio de una chica tocando el violín. En Telemadrid una noticia de un montón de calvos quejándose bajo la frase “Víctimas indignadas”. En Clan TV repiten el “Cuéntame”, en no se sabe qué canal echan la película “Medidas Extraordinarias”, con Harrison Ford y Brendan Fraser, y en Neox unos vídeos de humor sacados de Youtube. A María de las Mercedes todo le parece mejor que su vida. Ella se merece un Pedro José de Fuerteventura, un chico de la caja del Opencor y una existencia tranquila vendiendo sus obras hechas a mano montando una tienda estilo “Tatty Devine” de London, England, para chicas como ella: listas y guapas; con el cielo ganao, presencia en internet y buena imagen. Un falansterio del fieltro y del Fimo y de lo que toque, habitado por personas alegres y tenaces igualitas que los Curris de Fraggle Rock. Ella se merece eso, por dios. No se merece un Basilio. Debería dejarle de una vez. Que ya vale. Que es que es un retrasao. Y un fracasado. No le quiere volver a ver. Le odia.

A las siete y media de la mañana se abre la puerta principal del piso de Basilio y María de las Mercedes. Es él, que llega hecho un cromo. Calma total. La pilla desayunándose unos Mañanitos y unas Miniconchas Codán con leche; con el pelo revuelto y pinta de no haber dormido. Se miran como jamás se han mirado. Todo sentimiento previo se desvanece en los ojos de la mujer. “Basi”. “Merchita”. “Basi, tú… tú eres real”. “Soy real”. “Te quiero”. “¿Cómo?” “Que yo te quiero mucho, Basi”. “¿Por ser real?”. “Por ser real, Basi”. “Vaya”. “¿Ibas a decir algo?” “No, Merchi, que es que…” “¿Qué pasa?” “Justo venía a decirte que, bueno…” “¿Qué?” “Nada, que…” “¿Sí…?” “Que he conocido a otra persona”.

Jorge de Cascante

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