Me dice que salga al jardín a matar una zarigüeya. Yo enciendo el ordenador para comenzar a escribir, pero este aparato está ya cansado de aguantarme, y le cuesta arrancar. Todo es cada vez más lento, pero no más tranquilo, sólo más perezoso. Ella está allí, enfrente de mí, esperando a que salga al jardín. Quiere que yo me ocupe de ese tipo de cosas, de sacarle el silbido a los rifles, de retejar antes del otoño, de barnizar la teca del porche. Pero también quiere que cace mariposas amarillas para sus cumpleaños. Yo no me aclaro. Prefiero estar en mis labores, con los fantasmas que me cuestionan, con mis enemigos internos. Y más hoy, que tengo que despedirme de unos amigos. Ya se termina esto. Los editores del butano dicen que ya se han cansado, que vayamos a dar voces a nuestras casas. Les entiendo. No es fácil. Pero quiero decirle a Rubén, Ya te vale, amigo: para una fiesta de la que no me echan y enciendes las luces y apagas la música. ¿Se supone que esto es lo que sucedía cuando yo no estaba, cuando el portero ya me había puesto de patitas en la calle? Bueno, me ha gustado verlo, así, aun medio sobrio. Pero podrías haber esperado un poco más. ¿No ves que estaba en mi mejor momento? Ya me iba a acercar a esa chica que bebe sola en la barra. Seguro que con mi tartamudeo y mi torpeza me veía bien mono. A mí ella me parece guapa. Le hubiera derramado media copa sobre el vestido al intentar besarla. En otra ocasión quizás. He tenido tantas vidas que en la siguiente puede que ya sepa algo. Poco más que decir. Me fumo un cigarro y me voy. Gracias por todo, Rubén, amigo. Lo he pasado bien. Gracias también a los demás, queridos todos. Estoy contento de haber compartido esta pantalla naranja con vosotros. Ojalá nos volvamos a ver. El ordenador ya ha arrancado. Vuelvo a lo mío, a mi soledad. Escribir es una buena excusa para no matar zarigüeyas. Además, ¿no sabe esta chica que nunca hemos tenido jardín?