Si es que cómo somos… ¡Y cómo fuimos cuando llegó el año 2000! Salvo que se sea un tierno infante, no hace falta ser muy viejo para recordar el “Efecto 2000” en los ordenadores de la época, las discusiones sobre cuándo cambiábamos de milenio o empezaba el siglo XXI (que si en 2000, que si en 2001…) y, por supuesto, las porras para predecir cuánto tiempo tardaría en pasar de moda el Party like it’s 1999 de Prince. Pero todo ello pasó a mejor vida: la de las hemerotecas para nostálgicos. Lo que de verdad dio el pistoletazo de salida —nunca mejor dicho— del siglo XXI fue el 11-S. Hmm… ¿seguro?
Pues no. Al fin y al cabo, el acontecimiento histórico sólo se analizó desde perspectivas políticas, militares y económicas; o sea que, además de la tragedia mediática, nos tuvimos que tragar unos coñazos de padre y muy señor mío. La intelectualidad (y el cine, el rock, el cómic, la literatura…) enmudeció en su día y, a día de hoy, sigue sin dar muchos visos de locuacidad amparándose en la aceleración de la Historia y el olvido. La conclusión más inmediata es que en 2001 ya no había intelectuales, y a los pocos que quedaban se les reseteó el cerebro hasta el “00” por culpa del susodicho “Efecto 2000”. Y en esa cifra siguen. ¿Nadie dijo nada que no fueran obviedades: “Fueron ellos, fueron los otros, Bin Laden es muy malo, el final de una era, LA III GUERRA MUNDIAL…”? ¿De verdad que nadie dijo algo distinto, pero distinto de verdad?
Pues sí: Karlheinz Stockhausen. El compositor alemán —un icono del siglo XX que hasta sale en la portada de Sgt. Pepper’s_—tenía 73 años cuando los dos aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas en Nueva York. A la sazón, se hallaba inmerso en la composición de su ciclo de siete óperas _Licht (“Luz”) y pocos días después del atentado atendió una rueda de prensa en la que afirmó que el 11-S era la mayor obra de arte concebible… ¡Horror! ¿Stockhausen era de la ETA? Consecuencias: se suspendieron ciclos con su obra, se le puso verde, se rasgaron vestiduras y porque aún estaban en pañales, que, si no, le mandan unos drones a volarle el escroto. ¿Estaba el ilustre compositor haciendo apología del terrorismo y despreciando a las víctimas?
Pues no. Herr Karlheinz, en realidad, fue preguntado por los tres personajes principales de su monumental ópera: Lucifer, Miguel y Eva. Y lo que dijo fue que aquello era una obra perversa de Lucifer, única e irrepetible. Diez años preparando el atentado (se quedó corto: habría que pensar en que las Torres se construyeron ya pensando en ser derribadas), programarlo a la hora de los telediarios del mediodía en Europa —y de la mañana en América— y miles de cámaras enfocando permanentemente a los edificios para una única representación: todo eso, y más, es algo que no está al alcance de cualquiera; bueno: de nadie. ¿Vio Stockhausen una sobreexposición desmedida del horror, una imagen de lo que vendría después con muchos más muertos, una versión —a plena luz (¡_licht_!) del día— del Saturno devorando a sus hijos de Goya?
Pues sí. Los cuadros son mudos y lo que vimos el 11 de septiembre de 2001 era cine mudo. Tenemos todas las imágenes, pero no un registro sonoro fiable del estruendo del choque de los aviones, de los gritos de los que saltaban por las ventanas o del ruido infernal de dos colosos desplomándose: tan sólo se nos permite escuchar unos cuántos “Oh, my God!”, recogidos entre la gente que contemplaba horrorizada el espectáculo a unas cuantas manzanas de distancia, y algún mensaje de teléfonos móviles. La inconmensurable obra de arte de Lucifer estaba incompleta. Claro que tampoco sabemos cómo suena una bomba atómica y, además, es casi imposible hacerle una foto en el momento de la explosión… ¿Fue consciente de ello Stockhausen?
Pues no. O sí, pero qué más da. El espectáculo de prestidigitación (desaparición de dos aviones, dos rascacielos, miles de personas y el mundo tal y como lo conocíamos) se había consumado ante los ojos de todo el planeta. Stockhausen acabó Licht en un par de años, recuperó los derechos de sus grabaciones y sus partituras (editadas primorosamente por su fundación) y siguió componiendo hasta su muerte en 2007. Hacia el final de sus días se creía un enviado de los dioses y, ¡ah!, vivía con dos mujeres. Ese Karlheinz…, ¡qué diablillo!