El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Raf, en una casa de campo

Javier Pérez Andújar Hoy también es fiesta— 05-12-2012

Tengo una casa, tengo, en el campo.”
Los Enemigos

Es alucinante cómo capta Raf en cualquiera de esas viñetas dibujadas para no llamar la atención, ni demasiado narrativas ni espectaculares, es increíble como precisamente ahí Raf es capaz de dejar clavada la idiosincrasia entera de una cultura. Le ocurre siempre con lo inglés, que tanto conoció y vivió. La clase popular inglesa de gorra de visera, de patillas hasta el maxilar, no el pelo largo sino rebelde, con mechones en la nuca como estalactitas rubias, ese carácter está una y otra vez en las historietas de Sir Tim O’Theo.

Y sin embargo, a pesar de todo ese aparato inglés de mansiones, monóculos, chimeneas, la pipa como un libro en la mano, mayordomos de bombín y con chaleco de rayas, policías de negro como sepultureros, pero también parafernalia escocesa de fantasmas con gaita y de castillos solitarios como gorilas en la niebla, a pesar de todo ese sistema estético, Sir Tim O’Theo es a la vez una historia francesa contada por un belga. (Quizá los belgas sean los ingleses del continente, pero de esto quien podría dar más razones sería todo el exilio político del XIX.)

Esa nobleza rural de Sir Tim es la misma que se había procurado a mitad de camino el capitán Haddock con el tesoro que rescató en el fondo del mar de entre los pecios del Unicornio. En realidad, bajo la mansión de Las Chimeneas del Sir, lo que hay enterrado son los cimentos del castillo de Moulinsart de Haddock.

Resultaría idiota comparar a continuación a Néstor con Patson, aunque un mayordomo se parezca demasiado al otro; pues el ayudante de Sir Tim, el bueno de Patson, que tal como se cuenta en La verruga de Sivah, tiene un pasado aventurero, forajido, en la India (a la manera del doctor Watson en el ejército del Afganistán), no está aquí únicamente para coger las llamadas de la casa y caerse por las escaleras. Patson no es Néstor, se viste así para despistar. Pues, del mismo modo que Sir Tim es Haddock, no cabe la menor duda de que Patson, siempre a la carrera detrás de su amo, es un Tintín de reparto. ¡Todo Sir Tim O’Theo es un Tintín de reparto!

Milú el perro albino y fantasmal le ha dado su sábana blanca a Mac Latha, el espectro que recorre Las Chimeneas y que atormenta al Sir tocando la cornamusa. Milú habla para que no le oigan sino los lectores y, de una manera magnética, Tintín. A Mac Latha, nadie excepto los lectores y el Sir le han visto o le han oído. Los dos policías de Tintín, Hernández y Fernández (insuflados del espíritu de Mack Sennett y con un aire a lo Chester Conklin), se ven reflejados en las historietas de Sir Tim a través de dos bobbies, el Sargento Blops y el agente Pitts (estos dos más cerca de Laurel y Hardy, acaso como si ambos hubiesen sido también polis de la Keystone). Y por supuesto, de igual manera que Haddock tiene una Castafiore que le acosa (la ópera es el más cruel de los acosos), al Sir le persigue la aristocrática Lady Filstrup. Podría darse un manotazo en la mesa, como si esta conversación de bar tuviese lugar realmente en una taberna, y añadirse a voces: Pero si todo Sir Tim O’Theo ¡no es más que el delirio que tiene Milú cuando se harta de Loch Lomond en La isla negra!

Bah, lo cierto es que para un lector de Hergé se hace muy difícil leer cualquier otra cosa, cualquier otro libro, cualquier otro tebeo, ver cualquier película, que no le sepa a Tintín.

Exactamente, esto fue lo que me pasó el otro día al empezar (Dios mío, no la había vuelto a abrir desde que cogía anginas) La verruga de Sivah, la aventura del Sir en que Raf y Andreu Martín se entregan al Help! de Richard Lester. El caso es que de repente vi cómo esa historia empezaba al milímetro de la misma forma que El asunto Tornasol, de Tintín, aunque en La verruga de Sivah la cosa va más rápida, resulta más sencilla, está menos sustentada, es decir, es más Bruguera.

Al principio de El asunto Tornasol se rompen misteriosamente los objetos de porcelana que adornan la mansión de Moulinsart, pero sobre todo se hacen añicos sin saberse por qué todos sus cristales, sus ventanas, sus espejos, hasta las botellas de un camión de la leche que pasa estallan en pedazos. Habrá que leer catorce páginas para enterarse de que alguien está experimentando clandestinamente con un aparato de ultrasonidos.

En Sir Tim O’Theo, al inicio de La verruga de Sivah, en Bellota Village ocurre algo parecido si no lo mismo. De forma misteriosa, todos los papeles que hay en la mansión de Las Chimeneas se arrugan de repente. Las cartas que le lleva en una bandeja Patson al Sir, las notas que sostienen en la mano unos recién llegados hindúes con nombre de rumba (Ashili y Puhr). Pero toda esta intriga va a resolverse, ya digo, en un plis-plas. A la escuela Bruguera le basta con una sola página, con la primera, para plantearlo y resolverlo todo, para revelar sin demora que se trata del Sir, que está probando la telepatía ayudado de Mac Latha.

No sé si quizás hubiese podido encontrar el mismo parecido a partir de Mortadelo y Filemón, pero creo que no. Creo que es la vieja historia de nuestros tebeos, de nuestros dibujantes que, sin parar de trabajar, siempre han tenido que hacerlo en una especie de exilio artístico, creativo, refugiados cada cual como ha podido en una casa en un campo de fresas, para siempre.

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