El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Día 1

María Yuste Nuevos planes, idénticas estrategias— 09-01-2014

Un plafón destartalado sobre mi cabeza es la primera imagen de la mañana. Un plafón sin pantalla ni bombilla rodeado por un surco negro de quemado. Un plafón averiado, inútil, víctima de la dejadez familiar. Esa es la primera imagen de todos mis días que, en realidad, no son muchos aunque el plafón tenga pinta de llevar ahí toda la vida.

Me llamo Marta, o eso dicen porque yo no me acuerdo. No me acuerdo de nada pero al menos estoy viva. Eso también me lo dicen. Que me llamo Marta, que estoy viva y que ésta es mi vida. Yo sé que no siempre ha sido así pero ésta es mi vida ahora y las demás ya qué más da. Sería estúpido pensar que el pasado se lo llevó el accidente porque el pasado siempre se lo lleva el pasado, el accidente sólo borró los recuerdos. No todo el mundo tiene la oportunidad de reescribir su historia y ésta es la mía. Me llamo Marta y estoy viva.

Unas fotos en un álbum me hablan de otros sitios, algunos lejanos, pero ahora vivo con mis padres. Me llamo Marta y ésta es mi vida. Todos los días abro los ojos y lo primero que veo es un plafón roto que nadie se molesta en arreglar. Ni siquiera yo. Creo que la dejadez se hereda. Es todo lo que me queda ahora, unas fotos y la genética. Ni siquiera tengo amigos, a los antiguos ya no los conozco pero haré otros. Supongo. Hay muchas cosas que tendré que volver a hacer por primera vez, por no decir todas. Bueno, casi todas. Ahora ya acabo de pasar mis primeras Navidades.

Mi madre me repetía: “ya llega la Navidad, ya verás como te gusta la Navidad” y estaba muy contenta porque nos iba a tocar mucho dinero en un sorteo. Se pasaba los días pensando en las cosas que haríamos. Íbamos a cambiar mi plafón y todas las lámparas de la casa, pintaríamos las paredes y compraríamos muebles nuevos. ¡Ah! Y la Nochevieja nos íbamos a ir todos a pasarla juntos a París porque mi madre siempre ha querido ir a París pero nunca ha ido. No sé por qué. El caso es que luego no sólo no nos tocó nada sino que perdimos dinero y mi madre ya no se enfadaba conmigo cuando le contaba que en la televisión habían dicho que teníamos más probabilidades de que nos partiera un rayo que de que nos tocara nunca nada. La Navidad me pareció entonces una cosa muy extraña porque había empezado riéndose de mi madre y jugando con sus ilusiones de una vida mejor o de unos muebles nuevos. Aunque, al menos, tampoco nos cayó el rayo.

Para la Nochebuena vino mi hermano, el mayor, con las niñas. Las niñas iban vestidas de pastorcillas y maquilladas porque iban vestidas de pastorcillas. Eso es lo que nos dijo su madre. Estuvieron cantándole a una Navidad blanca de nevada pero la verdad es que aquí ni ha nevado ni parece que nieve nunca. Debían de estar cantándole a la Navidad de otros. Después de cenar nos dimos los regalos. Mi hermano, el mayor, le hizo a mi hermana un regalo valorado en setenta euros y mi hermana le regaló a él una cosa valorada en ochenta y aunque estaban peleados y no se hablaban, ya se perdonaron al ver que ambos se querían más de sesenta euros. Eso debe de ser a lo que se refiere todo el mundo con lo de la magia de la Navidad porque, a mí, hasta cuando cambiamos de año me pareció que seguíamos aún en el mismo. Y todavía me lo parece.

El otro día, después de la cabalgata, nos sentamos con las niñas en una cafetería a tomarnos un chocolate con roscón. Al otro lado, en la terraza, se sentó un hombre que llevaba un macuto del que sacaba juguetes y les ponía pilas. La pequeña de mi hermano, el mayor, se pensó que era un Rey Mago pero luego entró a vendernos los juguetes y nos quedamos todos como tristes mientras fingíamos que aquel hombre ni existía, ni estaba allí, ni nos estaba hablando. Después, la otra de mi hermano, el mayor, nos confesó que sabía que los Reyes iban disfrazados y que Baltasar estaba pintado pero que lo entendía porque a ella también le gustaba vestirse de pastorcilla para que su mamá la pintara de niña mayor. Entonces, su padre, que siempre tiene palabras para todo, dijo muy serio: “hijas, si es que, ¿quiénes somos nosotros para quitarle la ilusión a un hombre blanco de pintarse de negro?”. Y tiene razón, ¿quiénes somos nosotros? y ¿quién ha inventado la Navidad?

El médico me ha dicho que es bueno que vaya dejando constancia de mis progresos. Ya os iré contando.

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