Hace tiempo que vengo al taller y no sé a lo que vengo

El Butano Popular

Perderlo

Chicano está muy calvo. Poco después de terminar Ingeniería Informática en la Autónoma, hace ya cuatro años, en una fiesta en un piso repleto de gentes de opinión, conoce a la que será su novia. Los dos son de Alcobendas. Es verano. Quedan una primera vez y él la invita a un pequeño helado de la marca bofrost© (en minúscula) llamado Pulgarcito de Vainilla y le comenta lo guapa que está y ella que no me digas eso, hombre, que no me lo digas. En los meses que siguen, dando palmas con las orejas, Chicano se anima a superar su gran complejo de calvo pero de calvo de no tener ni un pelo, y a tratar de cumplir el sueño de tocar la guitarra en un grupo, importando poco el grupo porque, total, el tío la toca que da pena. Cuando le preguntan por su estilo musical, responde Chicano con seriedad que industrial pero alternativo pero duro, cabrón, rápido, progresivo y oscuro y no sé, un poco de todo, ¿sabes? Prueba con más de diez grupos y no pasa el corte ni una vez. Empieza a postear en un foro de música de internet, presiona a su novia para que se registre y vayan los dos cogidos de la manita. Los buenos tiempos, the good ol’ times. Con el sueño aparcado, un conocido le consigue un empleo a media jornada en una imprenta cuyo sueldo utiliza para cubrir las mensualidades del alquiler del local en el que hace como que ensaya pero que en realidad utiliza como picadero y centro de ocio con Xbox360 chipeada incluida mientras sigue viviendo con su padre, su madre y su hermano pequeño, que no es retrasado mental pero lo parece, la guitarra muerta de asco, todos bailando salsa y España llena de moros.

Tres años se van y la novia de Chicano decide mudarse al centro, con el diploma debajo del bracito, a un bajo de treinta metros cuadrados “muy bien aprovechados“ próximo a una guardería en la que desempeñará funciones de “Técnico superior especialista y auxiliar en Educación Infantil”. Él se queja por la distancia, por los autobuses, por lo caro que está todo; es un joven anciano, y ella decide empezar a recibir clases de guitarra de un profesor particular para tener algo de qué hablar con su novio. Voy a ser mejor que tú, le dice con la risita; y la cabeza castellana de esa hidra de carácter anómalo que es nuestro amigo Chicano se pone a dar cien vueltas. El profesor de la novia es un chico al que conocen del Foro, es muy alto y luce una pelambrera densa que no acaba, un guitarrista fabricado en el infierno mental de Chicano, su imagen aumentada, el pánico, su imagen que se le mea en la cara con un chorro continuo, perfecto, sin cortes. Se lo presentan y le dice “ocho cuerdas y a triunfar“, ¿eh, “campeón“?, guiñándole un ojo. No comprende. Cuando la novia le saca el tema de las clases, que qué bien se lo pasa, que cómo es de divertido, que seguro que mis púas ya están más gastadas que las tuyas, Chicano siente asco y vértigo, la insulta, pero mira que eres puta, dice, y ella ríe y él calla, pero va en serio, y un día de octubre le llama esa mujer que es la suya y le dice que le invita a cenar, que menuda novedad, y esa noche acude Chicano a la cita en la celda del amor y la novia le coloca unos vasos de plástico en una mesa con mantel de papel con diseño de rombos y kleenex en vez de servilletas y le sirve unas berenjenas rellenas de tomate y queso de cabra de ayer, recalentadas, mientras la conversación va subiendo de tono, con el hombre, the man, Chicano, sin entender nada, y ella que le suelta que esto no puede seguir así, que hemos cambiado los dos, que no puede ser, y él que no ha cambiado nada, que es el de siempre, y ella que ese es el problema y él pero si has dicho que el problema era el cambio, y ella que no, que te has estancado, y él que vale, que adiós, que se meta usted las berenjenas por el agujero que le quede libre y a disfrutar con el profe, y ella que no te has enterado de nada y de vuelta a Alcobendas en autobús con los puños en las rodillas, encorvado, el reproductor de mp3 sin batería y la duda puesta; loco, furioso, calvo, desesperado. Sintiéndolo mucho por los chavales de la guardería y fundido a negro.

Pasado un tiempo, dos meses, sin noticias de la futura esposa, opta el héroe por acudir a un concierto al que sabe que es imposible que ella falte, y va un poco por las sombras, sin mostrarse, y desde tal posición los descubre dándose la mano: el profesor, que es más joven que él y cada día tiene más pelo, sonriendo, y ella muy contenta y a Chicano le falta sombra para ocultar lo que siente; es una estatua en la noche, es el novio amputado, apoyado en la pared, quieto, incapaz de intervenir, es el Vigilante de los “What if…?“ de Marvel, se ve desde fuera, desde arriba, what if José Antonio Chicano no se hubiera quedado calvo a los catorce años, y quiere romper todo, masacrar al público, un público de extras, de manatíes viendo llover, desollar a los músicos, quemar el merchandising, que está carísimo y ahí que aparece la que fue su novia, Virginia, se llama Virginia, soltada de la mano del enemigo y charlan veinte segundos, que cómo van los mineros chilenos, que ya están fuera y ahora qué, y las ballenas del océano, que qué pasa con ellas, que cuántas quedan. Al pobre calvo, con el dolor, le vienen a la mente los Pulgarcitos de Vainilla, la piel dulce, unas bragas. Es invierno. Chicano escapa soltando un alarido atávico; escapa, pero escapa por ellos, por los extras repeinados con vaqueros y chaquetas con coderas, que no por él; escapa para no tener que matar de nuevo, huye hacia la boca de metro que hay a veinte pasos de la entrada de la Sala y baja los escalones hacia las puertas, asfixiado, pero están cerradas y se sienta en un escalón pensando que todos estarán arriba, curiosos, expectantes, porque de sobra sabrán —supone— que aquello no estaba abierto, pero él, como un animal o un niño que, jugando solo, ha logrado colar la cabeza entre unos barrotes y ya no puede sacarla, decide morir ahí, o intentarlo, sin esperanza, el rostro hundido en las palmas de las manos, las manos que notan algo, los dedos, ¿de qué se trata?, ¿pelo?, ¿habrá vuelto mi pelo?; alza la mirada y el nuevo pelo pertenece al muy particular profesor de guitarra, que se inclina hacia su posición dejando caer un poco de mata que le sobra sobre su calva, haciendo las veces de peluca, tocándole un hombro y formulando una pregunta sencilla, sin brillos ni efectismos: que si quiere que le acerque a casa. Que por él no hay problema. Que ha traído el coche.

Jorge de Cascante

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