El corro de la patata

El Butano Popular

Hoy: Cómo está el servicio y la genética

Esa mujer, La Macanuda, se arroja sobre la cama, clava su rodilla en mi esternón y me aplasta el cuerpo mientras grita. ¡Mi hijo! ¡Mi hijo! Yo no soy su hijo, claro, pero sí lo es la criatura que duerme a mi lado y que, para ser sinceros, me está amargando las vacaciones de verano. El reencuentro familiar hubiera alegrado las Tardes con Patricia pero en nuestro caso supone un capítulo más de un sicalíptico secreto de familia. El niño, Marco Antonio de nombre, pudiera ser mi primo, también mi hermanastro, pero probablemente sea mi tío. Cosas de la genética.

Pero estoy contando la historia por la mitad. Así que enfoques en plano general el Ensanche de Barcelona, del que nunca se dice que es como los sótanos de Bélgica o Austria, lugares donde el mal anida y donde el ser humano se siente especialmente cómodo para dejarse llevar por los instintos amparado por el silencio de la clase media. Allí se localizaba la casa de mi abuelo, enorme y gigantesca, kilométrica, surcada de pasillos y suelos de madera que crujían en la oscuridad. Una casa que aún hoy atormenta mis sueños de la misma manera que la pérdida de Cuba le duele a España.

Allí vivían mi abuelo, viudo alegre y jefe de la manada familiar, y mis dos tíos, solteros y oprimidos por la personalidad de aquel. Tres hombres solos que requerían de personal de servicio, y más cuando la casa disponía de toda una ala para que habitara una criada. Recuerdo a la Rita, con un genio que ríanse ustedes del ama de llaves de Rebeca, aunque es justo reconocer que hacía una carne empanada riquísima. También recuerdo a la Pepa, una mujer fea como el demonio que fue víctima de un ataque de esquizofrenia y dio con sus huesos en el manicomio tras perseguirnos a todos con un cuchillo de cocina de esos de trocear pavos. Bueno, de hecho una Navidad le dio por comprar un pavo vivo y cortarle el pescuezo así a lo bestia. El bicho decapitado cruzó la cocina y recorrió la casa lanzando chorritos de sangre. Sí, sin duda a esa mujer le iba el gore.

Hay que ver cómo estaba el servicio en esas épocas, así que mi madre, pobre, gestionaba nuevas sustitutas a la plaza laboral para evitar ser ella la víctima del machismo del clan familiar. Y entonces llegó La Macanuda, una joven argentina que venía recomendada por una amiga de mi madre. El mote se lo puso mi abuelo o mi tío, ambos aficionados a la etiqueta rápida, y así se quedó. La Macanuda se instaló en la casa, en el ala del servicio, y allí pasó una temporada hasta que un día desapareció y su lugar lo ocupó otra de esas ogras viejas y gruñonas que cocinaban de fábula. Como recuerdo personal, hay que decir que por mi comunión La Macanuda me regaló Un misterio para los Siete Secretos de Enid Blyton, la primera novela que leí.

Absorto en esa lectura (a la que siguieron los Cinco, la serie Aventura en y, por fin, el Guillermo de Richmal Crompton, que fue como una liberación porque no hay nada más perjudicial que leer a Enid Blyton en el Ensanche barcelonés) y también en la inocencia propia de quien acamaba de comulgar por vez primera, claro, no me percataba del todo de lo que sucedía a mi alrededor. Pero un día, regresando yo solo del cine con mi abuelo, detuvo el coche en un portal en el que aguardaba La Macanuda, y así se lo comenté a mi madre al día siguiente.

-Mamá, ayer vi a La Macanuda.
-¿Cómo que la viste?
-Sí, el avi se paró en una casa y la recogió.
-¿Y la viste?
-Sí, claro que la vi.
-¿Y la viste bien?
-Sí, claro, el abuelo me hizo sentar detrás y ella se sentó delante.
-Oye, y dime, ¿la viste gorda?
-¿Gorda? No sé.
-¿Tenía barriga?
-Sí, mama, es verdad, tenía la barriga muy gorda.

El temido escándalo estaba allí, y aunque el contenido de aquel interrogatorio aún estaba lleno de sombras para un infante como yo, la llegada del retoño me desveló los misterios de la reproducción humana, así como sus debilidades. Una mujer joven y argentina en casa de un catalán adinerado, alegre y viudo. Ustedes mismos. Ahora puedo adornar la historia con detalles salidos de una película de Alberto Sordi. Que si criada con minifalda y liguero por aquí, que si una indirecta por allá, y en una noche de tormenta, por ponerme gótico, mi abuelo irrumpe en pelotas en el ala destinada al personal de servicio. O quizá fue al revés, una muchacha en picardías se cuela en el dormitorio de mi abuelo. Bueno, con el tiempo supe que mis tíos también visitaban la cama de La Macanuda, y hasta mi padre llegó a recalar por allí. Vamos, que por las noches había cola y yo, pobre de mí, leyendo Los Cinco lo pasan estupendo.

TO BE CONTINUED…

Sr. Ausente

El Butano Popular © 2010

Staff |

Logotipo de Javier Olivares | Grafismo Glòria Langreo