La casa de los padres

El Butano Popular

La ley del bol de mierda

No creo que nadie pueda comerse un bol de mierda. Te agarra una arcada y vomitas. Antes o después te cierras en banda y chillas y la lías cosa mala. O te derrumbas y te echas a llorar como un niño. Yo qué sé, haces lo que sea pero no te lo comes. Sólo digo eso.

Alberto se encoge de hombros y repone que no es exactamente lo mismo. No es como el engrudo que nos sale a nosotros del culo. Esta es una mierda muy especial. Lleva mogollón de Omega 3. Aloe vera y fibra y soja y cosas así.

Pero sabrá a mierda, digo yo.

Alberto dice que pronto lo comprobaremos, y los dos nos reímos, pero lo cierto es que la ley entra en vigor hoy y los dos estamos un poco nerviosos. Aunque tengamos clarísimo que no vamos a comer.

El metro nos descarga en nuestro destino y subimos las escaleras que conducen al comedero. Allí está la familia de Alberto y mi familia, y también la de Fran y todos nuestros amigos. Están en plena jarana, celebrando la goleada que el Barça le metió anoche al Real Sociedad. Pero también ellos tienen miedo. Percibo su inquietud como se percibe el olor a mierda que flota en el comedero.

Hola, qué tal, saludamos. Alberto y yo tomamos asiento. Los boles comienzan a circular. Las risas comienzan a apaciguarse.

El tío Alonso acerca las narices a su bol cuando se lo depositan delante. Un gran mojón marrón se retuerce en su interior, suspendido en un fluido amarillo canario. Ya nadie ríe. Es una señora ración. Hay más cantidad de mierda de la que imaginaba. Más de la que ninguno imaginábamos. Se hace un silencio incómodo.

Por mí el BOE ya puede decir misa, que yo no pienso probarla, dice mi padre. Marea la mierda con la cuchara, estudiándola como si estuviera sucumbiendo a su magia.

Para entonces ya me he dado cuenta de que en las mesas colindantes hay quien está comiendo. Caras de asco, maldiciones, bocas que se abren escupiendo sus contenidos al bol. Ponen cara de estar jodidos, pero poco a poco todos van cortando a tronchos sus respectivos cagarros con el borde de la cuchara. Luego los rescatan y se los van metiendo en la boca. Mastican. Van saliendo adelante.

Devuelvo mi atención a nuestra mesa sólo para descubrir que también el tío Alonso está comiendo.

No está tan mal, sentencia resignado.

Luís y la tía Maite hacen lo mismo, y papá también está por la labor. Al poco ya están todos jamando. Busco la mirada de Alberto pero me la rehúye. La mantiene clavada en su propio bol, donde flota un cagarro cada vez más mutilado. Los carrillos de Alberto se mueven con laxitud pero a ritmo sostenido.

Hundo mi cuchara en el bol y troceo mi truño. Es la ley. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
Luego procedo introducírmelo en la boca. Mastico.

Trato de acostumbrarme a su textura blanda y gelatinosa. Un bol al día no es tanto, me digo. Pronto todo esto sólo será mera rutina.

Sabe a mierda.

¿Sí o no?

Pues que aproveche.

Sergi Puertas

El Butano Popular © 2012

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