La hora atómica

El Butano Popular

Ocho

Un orgasmo difundido a la brava, de buena mañana, me tiene aturdida la pierna izquierda, que flaquea y parece ir a vencerme en cualquier momento. Ella ríe la minusvalía. Camino la ciudad para tonificarla (venga ambivalencias), pero el desatino atlético permanece y se establece como dolor muscular. Me duelen las cosas, joder, son estos lodos que me trae el frío. Recuerdo que hace unos meses recuperé el viejo reloj de pulso de mi padre (un reloj mitológico, un ingenio bellísimo, ¡estoy hablando de un reloj de pulso!) y pensé en la posibilidad de acelerar el tiempo masturbándome. Al fin y al cabo esa fue siempre la función del ejercicio, digo yo.

Espero a mi cita junto a la Sagrada Familia, que ahora me trae a la cabeza (“se me antoja”, podría escribir si me descuido) no solo parte de las montañas de la locura, como la he visto siempre, sino la mole volcánica de Hanging Rock. Como aquella, el templo parece significar el entorno de colores lujuriosos y de exuberancia. Se trata de las chicas que prefiguran la primavera, la eclosión (¡que sí!), y he ahí un culo oceánico, allá unas tetas con dintel, que no sé bien si así escritas se entienden pero que con esa expresión se me pintan en el pensamiento. Belleza y radiación.

Jorge, aquí al lado, me cuenta que él va por los sitios, a deshoras, y entra y pregunta y es posible que le traten de loco, en un taller o una nave de matanza. Entra y pregunta a los operarios de qué va aquello, qué hacen allí, y le tratan un poco de loco, imagino. Qué querrá este zumbao. Les cuenta a los aprendices que cuando un hombre traza una línea amparado en un cartabón está confiando en otros hombres, y que así vamos tirando, les dice, y le miran, pues como le miran, cómo le iban a mirar. Al bies, puede incluso que le miren al bies. Eso le pasa por escribir, por quererse escribiendo. Qué pasa, Jorge, cómo estás.

Yo la tarde la pasaré bajo techo, rumiando que esta ciudad lleva más de cien años construyendo una catedral y luego enclaustrado en libros y papeles, leyendo a un hombre que dice que aunque un dibujante malgastase toda su vida dibujando tapas de yogur acabaríamos por conocer su secreto porque su sensibilidad emergería en algún lugar de forma irremediable. No sé si escribiendo ocurrirá lo mismo. Leo a colegas que escriben en serio, hasta afectados. No me parece mal siempre y cuando subyazca el humor y el posibilismo, que según tengo aprendido consiste en ir erosionando el sistema desde dentro.

Antes llamo a mi madre y le anuncio mi disposición a matar seis toros seis. Dentro de cien días, si el tiempo no lo impide y con permiso de la autoridad.

La idea, más que combatir, es prevalecer.

Rubén Lardín

El Butano Popular © 2010

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