Ayer sin marea

No apruebo los aplausos en el aula. No estamos
aquí para actuar ante un público de pago ni
para impresionar a los profesores o
colegas, sino únicamente para
aprender un oficio noble.
Uta Hagen

Dímelo a golpes

Hay menos esperanza en tus halagos que en mis quejas. Nuestro cactus familiar vigilará el futuro y las mentiras del camino de vuelta. Mientras asientes, cautelosa, yo mantengo a raya a las moscas. Por eso, no des a las cenas frías más importancia de la que tienen. Jura y perjura; perfuma tus costras.

Destiempo

De cuclillas en medio del callejón observo los dientes que se me van desprendiendo y rebotan en el empedrado, como canicas; por sucesos así, me digo, es normal que sólo comprenda la mitad de la mitad de mis noches. Un ventanal iluminado emite soflamas de baja ralea, de político mohoso. Entre hendiduras se producen fecundaciones aberrantes y mis molares esparcidos provocan el nacimiento de renacuajos grises. Una gran aldaba me impide el acceso a un sótano. No poder bajar resulta frustrante, aunque, de hacerlo, me jugaría la vida en esos peldaños resbaladizos y alfombrados con restos de mamíferos hechos puré, mezcla de piel húmeda e insectos que, aun machacados, no dejan de agitar alas y patitas. Un murciélago atrae ahora mi atención y sigo su penoso vuelo hasta que un portón se cierra tras él, seguido de un sostenido de órgano. La madera está combada y los goznes oxidados. Al mirar arriba neones antiguos tratan de explicarme algo en un castellano perfecto, aunque incomprensible. Acabo entrando y me encuentro con una anciana escuálida que reposa en un estrado. De su viscoso camisón cuelga una pierna, cuyo penduleo mantiene hipnotizada a la serpiente de cable telefónico que permanece rígida a un metro escaso de ella. La estancia, observo, está forrada de libros; imposible ver las paredes tras la maciza barrera de lomos polvorientos. A media altura, sestean varios globos de colores y dentro de cada uno miles de larvas fluorescentes reclaman mi atención. También hay planisferios, cartas marítimas, pliegos crepusculares. Entonces, noto un cosquilleo en las encías, y un renacer dentro de ellas. Pero esta nueva dentadura no me surge de manera normal, sino que, nada más asomar, se orienta extrañamente hacia delante, con un ligero empecinamiento vibratorio que recuerda el empuje de una vara de zahorí o el hocico de una brújula. No tardo en suponer que intentan, los dientes, orientar mi atención hacia un lugar determinado, y al mirar allá, cerca de una esquina umbría, reparo en una cama circular, con sábanas moradas, desde la cual un vecino de la infancia, andrógino y de tez marmórea, me mira fijamente; con las cuencas oculares mudas.

Antonio Trashorras

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