Situación: Cena distendida de viernes por la noche —ya destapando las botellas de ginebra— en el primer piso de cualquier portal de la calle de la Madera. Malasaña. Madrid. Habla Mònica (la tilde al revés denota catalanidad.)
Afortunadamente, no existe una ley sobre el tabaco. De igual forma que existen infinitas leyes sobre el trabajo o la compraventa de bienes ——que no tiene rima asonante ao—ao—ao—ao—— TÚ puedes hacer lo que quieras ——menos venderlo, menos fumarlo en parques infantiles, hospitales, colegios, menos mil cosas—— con TU tabaco. (…) Es más, puedes incluso crear tus propias leyes que vayan intrépidamente más allá del “en mi casa se fuma / no se fuma”
La única persona que la estaba escuchando, Manuel D., deja de escucharla mientras se lía un cigarrillo pero luego se acuerda de que esa noche se quiere follar a Mònica muy fuerte y una vez encendido el cigarro vuelve a prestarle atención.
No es necesario que nadie pregunte nada, ella dice que:
Yo misma, por ejemplo: no me gusta nada que los niños fumen. Pero yo no soy la policía y si un niño me pide un cigarro a las ocho y media de la mañana yo se lo doy porque a esas horas los estancos están cerrados y seguramente ese cigarro que yo le dé pueda salvarle la vida. Sin embargo, si el mismo niño (u otro aleatorio, el concepto de niño se ha entendido, ¿verdad?) me pide el mismo cigarro en el mismo sitio pero a las 12:30 del mediodía, yo no se lo doy pero ni de coña porque a esas horas los estancos ya están más que abiertos y si es mayor como para fumar, es mayor como para poder pagarse sus propios cigarros.
¿De verdad que le explicas toda esta mierda a los niños? pregunta Manuel D. y al instante se arrepiente de la pregunta porque recuerda que esa noche se quiere follar a Mònica muy fuerte. “No, claro que no.” Y sigue.
Lo mismo hago con los adultos. Claro que sí. Sin embargo, cuando se trata de tabaco de liar, acepto ciertos fallos de logística mientras los estancos están abiertos. Del tipo: me falta el papel, una boquilla, un poco de tabaco. Entiendo que fumar tabaco de liar requiere una organización mental admirable. Por eso siempre doy lo que me piden. Cuando lo piden bien.
¿Qué quieres decir con “pedir bien”? ——Manuel D. considera zanjado su deseo sexual por Mònica.
Pues que hay veces que vienen personas humanas de repente y de la nada, que tú estás quizás enviando un SMS a vida o muerte o leyendo un libro muy interesante o escuchando, yo qué sé, el primer disco de Vetusta Morla, sentada en unas escaleritas al lado de la catedral o estás de pie, esperando el autobús y discutiendo muchísimo con tu novio, que siempre viene alguien de repente y de la nada a pedirte un cigarro. Y en vez de insultarle, en vez de llamarle maleducado y decirle mil cosas que empiecen por “no ves que…” le dices, VALE, y le prestas tu kit de tabaco de liar y sigues peleando o escribiendo o leyendo o lo que sea que estuvieras haciendo y la persona humana te dice, “ah, de liar no.”
——Pero él te lo estaba pidiendo bien, te estaba pidiendo un cigarro. ¿Qué más quieres? —— Manuel D. se ríe——. ¿Quieres que te lo agradezca como si fueras Santa Teresa del Cigarro?
Al final, claro, Mònica y Manuel D. no follan.