El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Veintiuno

Rubén Lardín La hora atómica— 12-10-2012

Abro la ventana para oír bien tronar y que se me arome de lluvia la lectura, aun a riesgo de que se me empapen también los enseres, y me río fuerte solo en casa cuando me veo escribir semejantes mamarrachadas. Pero es que hoy sólo cuento con esto.

Hoy no voy a leerme aunque es verdad que escribo con retrovisor: un espejito psiqué de los que prendarse en cuanto se les conoce el nombre, apenas doce centímetros que compré en el quiosco como primera entrega y última en lo que a mí respecta de una casa de muñecas que decían victoriana. La presencia a mi derecha de esta miniatura me da una noción, ya que no de rumbo, de recorrido, y me evita detener las manos no más que un instante, cuando lo oriento para que me devuelva el cielo de afuera y en su ovalo ponderar la tormenta. Y ahí ya me dejo de escrituras y decido irme a la intemperie y me encuentro encaminado hacia el zoológico de la ciudad, donde los animales han de estar inquietos porque mañana es fiesta.

Le prometí a Javier una escritura constante en este sitio y al tiempo me decía a mí mismo que iba a escribir siempre acerca de nada, porque sólo de eso debe escribirse si se aspira a hacerlo no sé si de todo, pero sí completamente. Así que escribo sin dirigirme la palabra, un poco redicho —me da igual— pero al menos sin remirarme —eso bien—, y sólo puedo contar que yendo al zoo llevaba en la cabeza que allí iba a perder un brazo, pero luego me he embriagado con la mierda de los bisontes, que huele aun más bien que la gasolina, y frente a ellos, tan fatigados de estar por estar, en una jaula como nosotros, he plantado el campamento y, respirando tan hondo como si creyera posible colmarse, he depuesto todos mis argumentos del día. Yo, que aquí venía determinado a tocar la pantera.

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