El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Los leones del congreso

Grace Morales Creaciones Madrid— 11-10-2012

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De lo mucho que aconteció para decorar la entrada de tan insigne edificio

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De si para colocar unos muñecos en la puerta tardamos más de veinte años, qué se tardará para el resto de los asuntos.


El Palacio de las Cortes se inauguró en 1850, sin estar todavía terminadas las obras. Los diputados deseaban con urgencia ocupar un lugar oficial y “serio”, después de siete años celebrando los plenos en el salón de baile del Teatro Real. Que una cosa es estar haciendo el indio, que todo el mundo lo sepa, y otra vestirse como tal. El edificio se construyó sobre los restos del Convento del Espíritu Santo, incendiado fortuitamente. Hace poco tiempo, tras la última remodelación de las instalaciones, se descubrieron restos humanos muy antiguos, con lo que se sospecha que en aquellos mismos terrenos pudo haber estado localizado un cementerio. Indio, por supuesto.

Pero la fachada de la Carrera de San Jerónimo lucía sosa, así, con su pórtico y las columnas neoclásicas. El arquitecto responsable del edificio, don Narciso Pascual Colomer, había tenido la ocurrencia de instalar un par de enormes farolas a ambos lados de las puertas, con la tímida voluntad de que se entendieran como símbolo de la Ilustración. Lo han adivinado: no se entendieron. De hecho, a sus señorías les parecieron una cosa de poquísima calidad, dada la categoría de la institución y de sí mismos; y al pueblo llano, pues una birria.

El ilustre escultor aragonés don Ponciano Ponzano, quien se encontraba trabajando en el relieve del frontón, fue seleccionado en concurso público para arreglar el desaguisado. Al principio, tuvo la idea de esculpir unos gigantes mitológicos haciendo juego con las figuras de arriba, pero le advirtieron que de fantasías, nada. Mejor unos pavos reales, una escena de caza, quizá un bodegón con chacinería…, algo naturalista y con bestias, que siempre quedan muy bien y todo el mundo se ve identificado.

A Ponzano no le hacía mucha gracia fabricar animales, pero se avino a las órdenes y, con el escaso presupuesto, fabricó dos leones en yeso, recubiertos de una mano de pintura al bronce, que fueron colocados en 1850. Al año siguiente, las dos estatuas estaban hechas una pena: se les había comenzado a levantar la pintura, tenían rasponazos y graffitis de las revueltas liberales… (“¡Diputados Corruptos!”, “¡_Abajo Narváez!_”…). Los medios de comunicación emprendieron una campaña para que el gobierno de Bravo Murillo arreglara las esculturas y por fin pusiese unos leones realizados en material noble. Volvieron a llamar a Ponzano, pero esta vez el importe que pedía el creador era más elevado que el que manejan los diputados actuales con sus retratos, así que hubieron de acudir a otros artistas con pretensiones más modestas.

El elegido fue José Bellver. Tras un año de trabajo, presentó una pareja de leones en piedra que los diputados casi recibieron con pañolada y lanzamiento de objetos, al no considerarlos suficientemente fieros ni suficientemente leones, con su tamaño un poco más pequeño que en la realidad, aspecto manso y unas melenas en cascada de caracolillos. Puede ser esta la razón por la que el escultor decidiera tomar revancha y pocos años después escandalizara a todo Madrid con su miltoniana composición del Ángel Caído.

El caso de los leones empezaba a ser problema de estado. El gobierno, muy molesto por las burlas de sus opositores, tomó una medida muy española: pedir ayuda al ejército. Algo habría por algún lado que poder utilizar para convertir los primeros leones de yeso en adornos decentes. A un mando intermedio se le ocurrió que lo mismo podían servir unos cañones intervenidos al ejército de Marruecos en la última escaramuza con O’Donnell. Así se procedió a la fundición. No fue fácil, puesto que nunca en una fábrica de artillería se había procedido a construir obras de arte, por lo que los químicos tardaron bastante en encontrar la mezcla para realizar aquel bronce con el que, de nuevo, Ponzano volvería a fabricar la pareja de animales. Dos bicharracos feroces y gigantescos, esta vez sostenían una esfera (¿o es una bala de cañón?) bajo sus patas.

El éxito en su presentación en la fábrica de Sevilla fue total. Prensa y autoridades, unánimes en cuanto al resultado. Don Ponciano había realizado una obra maestra. Los dos leones estaban llenos de vida, representaban lo mejor de la clase política, daban mucho miedo (quiero decir, imponían respeto) y además tenían ciertos detalles, como que uno miraba a la derecha mientras el otro miraba a la izquierda, con lo que así quedaban todos contentos…

1865. Los leones llegan a Madrid. Están a punto de ser colocados en su lugar cuando un grupo de diputados expresa su desaprobación por haberse utilizado en su fabricación material de guerra confiscado al enemigo, en lo que va a ser el símbolo de la democracia, el estado de derecho y… Se organiza tal escándalo que hasta se llega a pedir que sean destruidos, e incluso algunos proponen, ya que se ha hecho un dispendio tan grande, venderlos en el extranjero. Más que nada, por recuperar la inversión. Entre debates y peleas, pasan siete años más, y por fin, los dos colosos de bronce son emplazados en la entrada al Congreso. La prensa los bautiza como “Daoíz” y “Velarde”, y la calle como “Benavides” y “Malospelos”. Siguen los chistes: “Los leones de bronce ya están colocados en la puerta del Congreso. ¡Y qué bocas tienen! ¿Serán diputados ministeriales?”, escriben al día siguiente de la instalación.

Esta historia, con tufo a cartón piedra y a vodevil, no termina en el 72. Hay un colofón que todavía es más chusco. A mediados de los años ochenta del siglo XX, había tanta riqueza en España que los dos felinos fueron levantados de sus pedestales y llevados a restaurar durante unas semanas. Bueno, pues hace poco, los fenomenales compañeros de Canal Historia han descubierto que en esa puesta a punto se encontraron con la sorpresa de que el león Velarde, el de la derecha, no tenía testículos. Lo que siempre se había creído que estaba oculto, simplemente no existía (Don Ponciano murió antes de ver terminados los leones). Los expertos de la cadena se habían puesto en contacto con las autoridades y ofrecían sus servicios para añadir lo que ellos consideraban alrededor de un par de kilos de aleación de bronce convenientemente esculpidos para añadir a Malospelos.

Nadie se ha se pronunciado, de momento, sobre el particular.

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