El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

El otro significante

Rubén Lardín Herido y tres avisos— 20-01-2015

El hombre del turbante rojo de Jan Van Eyck mira al espectador desde el otro mundo. Es la primera vez que una pintura toma conciencia de nosotros hasta el punto en que decide observarnos. Ocurre en 1433.

Cientos de años después, hoy lunes, mientras un temporal empieza a sacudir la península aunque no la va a despabilar nunca, un rapaz de apenas veinte años me comenta que le cuesta imaginarse cómo eran el mundo y las cosas antes de todo esto, apenas unas décadas atrás.

Cuando llevamos más de cuarenta años rondando, los hombres acostumbramos a decir que nos encontramos en la mejor etapa de la vida, sentimos que nuestras ideas se han asentado y percibimos que por fin lo estamos comprendiendo todo. Lo decimos mucho porque es mentira, para validar esa falsa plenitud que en cierto modo existe, pero que viene dada porque se ha hecho entrega de las armas, se ha claudicado, nos hemos cansado de algunas rutinas, de comprar zapatos, de cepillarnos los dientes en ochenta mil ocasiones, de estar de pie y de estar sentados, de siempre la misma canción, de la penúltima copa o de qué guapas son todas y qué bobas algunas. Cuarenta años más tarde pasa mucho que hemos dejado de vivir bajo nuestra propia influencia moral, hemos cerrado el paraguas, nos hemos convertido en técnicos y tal vez hemos aparcado algunas de nuestras características más valiosas, la imprevisibilidad misma, que ya no nos inspira tanto respeto.

La sensación real es mixta: en un arreglo con nosotros mismos, nos aferramos a quien fuimos mientras con la otra mano perseveramos en quien creemos haber construido, en esto mismo que estamos siendo, y lo hacemos con la conciencia un poco más clara, creyendo llevarnos alguna ventaja cuando en realidad lo que llevamos son ya algunas prisas, cierto retraso en esta aproximación que somos de lo que quisimos ser, de lo que nos pensamos. Hay quien dice que se envejece cuando se deja de crecer, lo dicen los viejos, no sé si esto lo dirá nunca un joven de veinte años pero no es improbable porque al fin y al cabo vive la edad del idealismo, podría decirlo un joven que todavía no ha cumplido los treinta, la década de la arrogancia previa al tiempo de la ambición que suelen ser los cuarenta. Todo esto son generalidades y luego no sé qué viene, es territorio inexplorado, pero visto así parece estar claro que vamos de mal en peor.

A esta edad ya sabemos algunas cosas. Hemos aprendido que ser muy amable no es ser digno de ser amado, no al menos exactamente. Que guardar el azúcar junto a la sal es una elección personal, una fuente de diversión o una fuente de conflictos, según los azares. Nos hemos dado cuenta de que Rompetechos, aunque era cegato, actuaba como un sordo, que si a la guindilla se la llama bicho será por algo y que hay dos tipos de personas pero que una no viene nunca. Tenemos algunas certezas pero nunca vamos a saber qué ponernos de mortaja, y a estas alturas nos las hemos visto con traidores, cobardes, inútiles, vagos y maleantes que a menudo han sido todos el mismo. Los adultos se pelean como niños pero les falta una habilidad de aquellos: no saben reconciliarse. Eso también lo sabemos.

Las crisis de madurez son un mecanismo muy sencillo y muy natural, sin nada de trágico. Todo está bien, no hay fatalismos en esto, las muchachas nos siguen queriendo. Algunos han fundado nuevas familias, han visto cómo la pasión se echaba a morir antes de hora en el mejor rincón para hacerlo, junto al lecho, porque contra la pasión no hay mejor antídoto que el matrimonio. Unos y otros nos hemos acondicionado, hemos pasado a ser súbditos de nosotros mismos. Y eso únicamente los mejores de nosotros porque el resto han de ser prisioneros, numerarios. Las crisis de madurez se simulan revelación pero no consisten más que en un viento favorable que no deseábamos, ni siquiera un cambio de rumbo porque después de muchos años creyendo nadar contra la corriente se nos da a entender que la corriente nos ha estado llevando, tomamos conciencia de que siempre hemos sido ella. Pero quien entienda esto como aceptación de uno mismo será el que se ha consumido. Es necesario resistirse, es conveniente seguir considerándose el propio enemigo pese a que nos sepamos todos antiguos alumnos en esta reunión de caricaturas. Seguimos estando en la realidad pero ya no la vemos, ahora vemos otra cosa, una serie de invenciones.

Entretanto, esto sigue perdido de personas, los autómatas son ahora más precisos, suben mejor preparados para el cautiverio, más dóciles, ya casi no se requiere el adoctrinamiento porque están conectados, los parques infantiles tienen el suelo de goma para que nadie salga magullado pero el mundo es hoy exactamente igual que hace mil años, chaval, escúchame pero no me hagas caso, es tu obligación no hacerme caso ninguno, quieres la respuesta muy rápido pero yo tengo que pensármelo mucho todo y bien porque de niño me pensé paracaidista y sigo en caída libre, pese a lo cual hoy puedo decirte que el mundo es el mismo que ha sido siempre y para ello basta fijarse en las tardes de los domingos, basta ver a esa chica guapa que duerme todas las noches distinto, con la carne sosegada y el rostro libre de tensiones y equívocos, tendida sobre un costado y anclándose en la otra rodilla, las nalgas asentadas como riñones, descansando toda su audacia mientras tú escribes y escribes hasta desorbitarte, que es empezar a estar escribiendo. Obsérvala dormir varias noches seguidas y empezarás a temer que cuando se muera nadie sepa maquillarla de manera adecuada. Luego, si quieres, prueba a sostenerle la mirada al hombre del turbante rojo que pintó Jan Van Eyck alrededor de sus cuarenta años, un autorretrato que también tiene la cabeza hecha un lío en este lunes de invierno, mantén abierto un grifo y siéntate a esperar porque con el paso del tiempo, tarde o temprano y de esto puedes estar seguro, él también acabará por mearse encima.

Comparte este artículo:


Más articulos de Rubén Lardín

  • La sangre en el pan— 16-12-2014
  • Sesenta y dos— 05-12-2014
  • Escribo tu nombre— 07-10-2014
  • Operativo tormenta— 29-09-2014
  • Gran patinaje— 18-09-2014
  • Sesenta y uno— 13-06-2014
  • Sesenta— 28-05-2014
  • Cincuenta y nueve— 13-05-2014
  • Cincuenta y ocho— 05-05-2014
  • Ver todos articulos de Rubén Lardín